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domingo, 5 de julio de 2020

¿Puede la ciencia acabar con el envejecimiento?

El título puede parecer algo provocador pero incluso me planteé otro aún más osado: «¿Podría la ciencia vencer a la muerte?» Vencer a la enfermedad es un tema que siempre ha estado sobre la mesa y en cuya dirección hemos dado pasos determinantes. El nivel tecnológico y científico ha permitido ahora plantear una situación inimaginable hace solo unos pocos años.
Si algo ha preocupado al ser humano desde que cuenta con raciocinio es la muerte. De hecho, reproducirnos y mantenernos alejados de la muerte son las dos consignas que nuestra genética nos impone a toda costa. Todas nuestras funciones, de una forma u otra, están participadas de estas necesidades aunque habrá aspectos propios de la evolución social que matizarán la afirmación. 

Tijeras moleculares con CRISPR Cas9


Por supuesto, habrá gente totalmente sana (física y psicológicamente) que decida no tener descendencia y habrá gente (no tan sana) que pueda decidir acabar con su vida pero no se trata, en ningún caso, de cuestiones genéticas. 
Nuestro ADN nos impone vivir y trascender, tanto como individuo como a nivel de especie pues, el grupo, por increíble que pueda parecernos hoy a tenor de las muchas noticias que caen en nuestras manos, es una garantía de supervivencia.
Hay estudios que han venido realizándose desde 1825 en los que se evaluaba la esperanza de vida para distintas colectividades, etnias y desempeños laborales. En aquellas fechas, hablar de superar la barrera de los cien años era algo del todo inalcanzable pues los modelos que se usaban mostraban una correlación no lineal entre edad y riesgo de morir. Conforme aumentaba la primera se disparaba la segunda.
Ahora, se ha podido estudiar de forma más solvente este relación viendo que la tasa de mortalidad se incrementa en la franja de los 60 a los 80 pero tiende a estabilizarse una vez se supera el centenario.
Evidentemente, la ciencia, la mejora en la seguridad del trabajo, la automatización, la promoción de hábitos saludables..., ha favorecido que se pueda alcanzar la senectud con una mejor calidad de vida. La pregunta ahora es: ¿se puede hablar de una edad máxima, inalcanzable, para el ser humano? 

Sumar años está relacionado con nuestra capacidad para regenerar nuestros tejidos. Si miramos la persona que aparece en una fotografía de hace años, la imagen que veremos en el papel poco o nada tendrá que ver con la persona fotografiada. Aquellas células de su sistema digestivo se habrán renovado a pocos días de tomar la instantánea. Las células que fluyen por su sangre tienen distintas esperanzas de vida: leucocitos entre uno y cinco días, plaquetas casi el doble o glóbulos rojos que alcanzan a vivir hasta cuatro meses. Huesos, tejido nervioso, células musculares, nerviosas, sexuales (los espermatozoides que se regeneran cada dos meses frente a los óvulos que se generan en estado embrionario y acompañan a la mujer durante su edad fértil)... se renuevan con distinta periodicidad pero, aun siendo el mismo ser, no estamos formados por el mismo material durante toda nuestra vida.

Con el avance del tiempo los órganos van acumulando daños y las células de los distintos tejidos pierden funcionalidades que se evidencian en una reducción de la movilidad y los reflejos y una menor velocidad de procesamiento de la información. Desde los riñones o el hígado hasta el cerebro todas las células de nuestro cuerpo se afectan de los cambios del material genético.

Entre 30000 y 35000 genes forman una secuencia de ADN de nuestro genoma y cada vez que una célula se divide tiene que replicar con exactitud una secuencia de más de tres mil millones de nucleótidos. Esta tarea es extremadamente difícil de llevar a cabo sin cometer errores pero los que se cometen suelen sucederse sin mucha importancia aunque siempre podrá haber fallos que se traduzcan en mutaciones que acaben afectando a los genes. La replicación de estos fallos a lo largo del tiempo acabarán produciendo trastornos que unidos a factores ambientales (como exposición a radiaciones ionizantes o un contacto duradero con agentes oxidantes) motivarán fallos en el control celular. Nuestro propio "programa" genético ya tiene definidas ciertas modificaciones de nuestro ADN que se irá produciendo en el transcurso de los años. Todas estas causas aditivas acabarán provocando un envejecimiento de nuestro genoma, que será cada vez menos eficaz, y un trabajo deficiente de nuestro metabolismo que acarreará fallos dramáticos en nuestras funciones vitales.

El envejecimiento se podría estudiar como una enfermedad aunque no sea, estrictamente, algo sobrevenido sino una consecuencia de nuestra programación celular.
Lo que la ciencia está abordando en este campo son dos líneas estratégicas de investigación. Por un lado se busca activar células madre que originen nuevas células que reemplacen aquellas envejecidas. 

Para facilitar el proceso, en la propia matriz de implantación se podrán inocular contenedores nanoscópicos con sustancias antibióticas que prevengan infecciones y factores de crecimiento que estimulen el incremento celular. Por otro lado, se puede tratar de mantener las células reparando su programación genética, algo así como realizar una actualización de su software con una versión que elimine los fallos previos.
¿Y si se pudiera dar un paso más?

Estructura de una nanocápside
Estructura de una nanocápside.


Hasta ahora se han identificado células dañadas o marcadores microbianos a partir de artefactos nanotecnológicos que combinan modernas técnicas de nanorrobótica con avanzados procesos biofísicos. Nada hace imposible que en un futuro se puedan detectar matices en las proteínas de la envolvente celular asociados a procesos de envejecimiento. Alcanzadas las células diana los diminutos robots se fijarán a ellas inactivando su código para incorporar el de sustitución. 

No todas las células presentan flexibilidad a la hora de desempeñar su trabajo en un lugar dado. Mientras células hepáticas pueden trabajar con eficiencia en distintas partes del hígado, las neuronas dependen de los centenares de interrelaciones que sostienen en el entramado neuronal lo que impide sustituir una neurona aislada por otra. Este tema es de vital importancia porque una solución al problema de la edad no puede partir de contar con un cuerpo mejorado gobernado por una mente senil. 

Por fortuna parece que la plasticidad cerebral que permite al cerebro reconfigurarse según las necesidades podría ser un aliado a la hora de reprogramar las conexiones necesarias. Sin embargo, grandes retos requieren enfoques radicalmente distintos a lo convencional y las terapias génicas se orientan a la sustitución de genes dañados por otros reparados. Ya se ha conseguido vaciar la cápside de algunas familias de virus y reemplazar su ARN por el material genético reprogramado de forma que se emplee su poder infeccioso para localizar células diana e inyectar su contenido. El problema es que su naturaleza vírica puede provocar reacciones violentas del sistema inmune que acabe con ellos. En su lugar se han creado nanorrobots que imitan sus características y que servirán de transporte al nuevo código genético que prescindirá de los errores degenerativos propios de la edad del sujeto y harán posible que el envejecimiento diste mucho de ser lo que hoy conocemos.

Autor: Javier Luque.






Imagen: 
1.- Esquema de técnica CRISPR CAS9.   CC BY 4.0 https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=55175208
2.- Structure of a Nucleocaspid. CC BY 4.0
 https://en.wikipedia.org/wiki/File:Structure_of_a_nucleocaspid.png#/media/File:Structure_of_a_nucleocaspid.png

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