miércoles, 23 de octubre de 2019

¿Qué hay «de ciencia» en la magnetoterapia?


Vaya por delante que este artículo no será del agrado de muchos. Habrá quien, por desconocimiento, aplique  esta suerte de tratamiento a sus clientes pensando en las bondades sanatorias que ofrece y habrá quienes paguen por recibirlo. Luego, estarán quienes, a sabiendas del vacío científico que se esconde tras ellos, se lucren de los consumidores que se reconfortan con una sarta de palabrería técnica a modo de prospecto.





Hasta la fecha no hay estudios que refrenden la magnetoterapia con base científica y quienes hablan a favor —excluyendo los legos en la materia— entresacan medias verdades de otras disciplinas y las asocian de forma poco ortodoxa a este tratamiento alternativo. No es cometido de la ciencia desmontar los principios  de funcionamiento de cada nueva ocurrencia paramédica, la carga probatoria debe recaer en quienes proclaman sus éxitos y se benefician de su existencia.

De todos los tratamientos existentes empleados en rehabilitación y estética la magnetoterapia resulta intrigante para un ingeniero y es por ello que hoy será ésta la técnica de la que hablaré esperando aclarar algunas ideas.

Vaya por delante que existen otros tratamientos que se aplican de forma, incluso domiciliaria, que están consolidados científicamente por existir una causa-efecto comprobable y reproducible, una cuantificación de los resultados, un estudio estadístico con una familia de individuos que permite la predictibilidad del suceso y, en suma, unos estudios de respaldo sólidos avalados por el propio método científico. Pero no es esto lo que ocurre con la magnetoterapia. 

Ya desde la época del griego Hipócrates, por el 400 a.C., el cuidado de la energía vital —uno de los pilares de la naturopatía— era algo que se relacionaba con la salud y la medicina oriental, la hindú o con los mismos budistas, quienes dicen trabajar de forma regular el chi —la energía que, supuestamente, forma parte de nosotros— como quien ejercita otra parte de la anatomía fisiológicamente identificable. 

El punto de unión de la salud con el magnetismo se lo debemos a la alquimia, más concretamente, al señor Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, más conocido como Paracelso quien a mediados del siglo XVI se labró una mayor reputación asegurando la posibilidad de convertir el plomo en oro que como médico militar o como descubridor de remedios y ungüentos de base mineral que aplacaban las dolencias de sus pacientes. Entre estos productos se sabía que molía la magnetita —cuyas propiedades magnéticas eran conocidas desde los primeros escritos de Tales de Mileto allá por el 600 a.C.— y las mezclaba con toda suerte de pócimas y esencias, augurando unos fabulosos efectos sanatorios por la influencia del magnetismo en el interior del organismo —aunque como ahora sabemos, al micronizar la magnetita, esta pierde sus propiedades magnéticas—. Pobre de aquellos que incautos que soltaran sus táleros para pagar tratamientos ineficaces.

El efecto electromagnético es un hecho probado, contrastado y formulado a partir de su origen mismo, a saber, las ecuaciones del campo eléctrico y magnético de Gauss, la Ley de Faraday-Henry y la Ley de Ampere que el escocés James Clerk Maxwell unificó en lo que hoy se conoce como teoría electromagnética clásica.

El principio de funcionamiento consiste en la capacidad que una carga eléctrica en movimiento tiene para crear un campo magnético y, recíprocamente, la capacidad de un campo magnético variable (entendiendo por tal que el flujo de sus líneas de campo varíe con el tiempo) para crear un campo eléctrico asociado.

En este punto hay que distinguir entre los campos magnéticos debidos a imanes permanentes ordinarios como los que podemos adquirir para usos industriales en ferreterías y los debidos a electroimanes que generan una alta intensidad magnética por efecto del paso de una corriente calibrada por el devanado inductor. 

Entre las aplicaciones del primer grupo en la magnetoterapia encontramos imanes en plantillas de calzado, pulseras, collares —también para mascotas—, antifaces, parches… y otros que, seguramente, podrán aparecerán en anuncios de compra por catálogo. 

Camilla de magnetoterapia
Camilla de magnetoterapia. Imagen del autor

El valor de estudio para la mayoría de aplicaciones de los imanes es el «producto energético» que se define como la máxima energía magnética almacenada por el imán en cuestión y se trata del máximo valor que resulta de multiplicar su densidad de flujo magnético por la intensidad del campo. Los imanes permanentes que se emplean en los distintos gadgets y cachivaches de uso habitual en terapias magnéticas suelen presentar un campo del orden de los 0.07- 0.09 teslas con un «producto energético» de unos 40 kJ/m3. A modo de ejemplo aclaratorio, para un imán circular de 52 mm de diámetro y 6 mm de altura, su valor energético sería de 12,48 J es decir, la energía que necesitaríamos para desplazar 1 litro de leche (1 kg de masa) a lo largo de poco más de 1,27 metros.

Por supuesto hay imanes de mayor valor en términos de intensidad como los realizados con neodimio (Nd2Fe14B) que pueden presentar «productos energéticos» que superan los 420 kJ/m3 pero su uso está reservado a maquinaria industrial, de investigación y de uso médico (pero muy alejado del supuesto principio de sanación de la magnetoterapia). Los campos magnéticos nos rodean por el mero hecho de estar en nuestro planeta dado que la Tierra provoca un campo magnético, con poco menos de 0.000065 teslas, que produce la magnetosfera, un cinturón capaz de proteger a la Tierra de los rayos cósmicos que destruirían la atmósfera externa dejándonos desprovistos de capa de ozono abandonándonos a merced de la dañina radiación UV.

Cuando uno lee la propaganda de las firmas que comercializan las máquinas de magnetoterapia se encuentran medias verdades que pueden confundir al lector. Veamos una lista no exhaustiva de las más ejemplificadoras.

Una de las pretensiones curativas de la magnetoterapia es la estimulación del riego sanguíneo —con sus correspondientes actuaciones sobre los tejidos afectados, por ejemplo, tras una herida o para mejorar la irrigación en tejido cicatrizado— basándose en el hecho de que la sangre contiene hierro. Y, efectivamente,  la sangre  contiene hierro, más concretamente, la hemoglobina una proteína de la sangre encargada del transporte de oxígeno. Sin embargo, existen dos tipos de hemoglobina atendiendo a si contienen o no oxígeno, la deoxihemoglobina —sin oxígeno— y la oxihemoglobina —con oxígeno—. La primera, presenta un comportamiento diamagnético, es decir, su naturaleza es tal que crea una repulsión al campo magnético que le sobrevenga no viéndose afectado por él. La segunda se comporta como una sustancia paramagnética que sí puede experimentar cambios por efecto del magnetismo pero de tal forma que pierden sus efectos en cuanto el campo aplicado deja de existir. Además, para que pueda producirse esta polarización la intensidad del campo magnético debe ser de varios teslas, valor muy alejado de la intensidad máxima que ofrecen las máquinas y dispositivos que puede tener cualquier clínica de rehabilitación, fisioterapia, estética o combinación lineal de ellas. 

En humanos, llevan documentándose estudios con campos de hasta 1 tesla desde 1991 sin que se registren cambios en el flujo sanguíneo local ni en la oxigenación tisular. En 2002 Harvey N. Mayrovitz, Edye E. Groseclose y Nancy Sims publicaron un artículo donde se estudió cómo afectaba a 12 hombres y mujeres —sin enfermedad— de entre 35-60 años la colocación de un imán de disco con 0.1 T sobre el brazo, en las proximidades del epicóndilo lateral del húmero comparándolo con el simétrico en el otro brazo desprovisto de corriente de magnetización. Los resultados se comprobaron con un dispositivo Doppler y el resultado fue que no había el menor atisbo de cambio fisiológico.
También la magnetoterapia preconiza su capacidad para producir la alineación de las moléculas del agua, lo cual puede usarse en dos vías, magnetizar el agua para mejorar sus propiedades al consumirla y, dado que nuestro organismo está compuesto mayoritariamente de agua, alinear nuestros protones.

Vayamos por partes. En efecto, el agua es una molécula dipolar formada, como demostraron en 1804 el químico Joseph Louis Gay-Lussac y el naturalista Alenxander von Humboldt,  por el enlace de dos átomos de hidrógeno a uno de oxígeno. Es, justamente, la diferencia entre las electronegatividades de ambos elementos, lo que crea su gran polarización. 
La polarización de nuestra molécula de agua depende del campo eléctrico, de la constante de Boltzmann y de la temperatura pero el problema radica en la baja densidad magnética que presentan estos generadores de campo magnético de uso no hospitalario que rara vez superan los 0.088 teslas para conseguir afectar al momento dipolar entre el átomo de hidrógeno y el de oxígeno.
Nuestro cuerpo tiene variables cantidades de agua según el tejido.
  • Hasta el 99% en el caso del plasma sanguíneo, saliva y jugos gástricos están formados por agua
  • Hasta el 83% del peso de la trama nerviosa
  • Hasta un 73% de nuestro hígado
  • Hasta un 70% de nuestra piel
  • Más del 30% de nuestro tejido adiposo
Ahora bien, ¿qué sentido tiene alinear esos protones —en el hipotético caso de que tuviéramos intensidad de campo suficiente para hacerlo—? 
En el ámbito clínico encontramos pruebas que son necesarias para observar alteraciones en los tejidos, detectar procesos tumorales, advertir patrones en el comportamiento neurológico y estudiar la evolución de diversas patologías. Esto se realiza con lo que se conoce como Imagen por Resonancia Magnética (IRM) o Tomografía por Resonancia Magnética que emplea el principio de funcionamiento de la resonancia magnética nuclear para así obtener información sobre la estructura y composición del cuerpo estudiado.

Un electroimán de considerable envergadura aplica un campo magnético de gran intensidad si lo comparamos con las máquinas de magnetoterapia —pues puede ser hasta 40 veces más potentes—. Incluso, se han creado máquinas de IRM con 9.4 teslas en la Universidad de Illinois —Chicago— que es capaz de medir la concentración de los iones de sodio —un elemento que sirve de trazador en los procesos de intercambio de energía a nivel celular en el cerebro y que ayudará a diagnosticar enfermedades neurodegenerativas desde sus primeros estadios—.

Una vez nuestros protones están polarizados —es decir, dejan de estar desordenados para encontrarse en un estado de orden con sus polos adecuadamente alineados— se procede a bombardear la zona de estudio con una onda de radio de hasta 50 MHz. Algunos de estos protones alineados absorben energía de estas ondas y alteran su posición y éste, es el punto clave porque, al cesar el bombardeo de radiofrecuencia manteniendo el campo magnético creado por el electroimán, esos protones que cambiaron de orientación vuelven a la que tenían en un primer momento y emiten una energía similar a la que tomaron para cambiar de posición. Estas débiles corrientes son detectadas por sensores de la máquina que por medio de un complejo algoritmo traduce estas señales eléctricas en una imagen tridimensional de tal forma que en aquellos tejidos con mucha agua hay una mayor señal —mayor número de protones desprendiéndose de la energía— y donde hay poca —como en los tejidos óseos— una más débil. Asignando una escala colorimétrica a cada densidad de señal se pueden mapear zonas tridimensionales que ayudarán al diagnóstico. Además, la latencia de este fenómeno persiste mientras nos encontramos en la zona de influencia del campo magnético. Ojo, que siempre está conectado, no creas que estas máquinas se activan con un botón cuando el paciente se mete dentro del toroide. En realidad, el campo magnético está permanentemente en funcionamiento salvo fallo en el sistema de alimentación del Helio. Lo que se activa desde el cuadro de mando es el generador de pulsos por lo que hay que tener cuidado con acceder con algún objeto metálico a la sala o tendrás nuevos problemas de salud distintos a los que te llevaron allí.

Después de esto ya habrás deducido la complejidad del proceso, la energía y el equipo que esta función requiere así como el nivel de cualificación de los operadores. Muchas máquinas de uso domiciliario o que se emplean en clínicas para fines estéticos o paliativos del dolor no están afectadas de una reglamentación tan exigente y ello es porque su efecto biofísico no supone un riesgo —y no lo supone porque tal efecto no es, siquiera, detectable—.
Por supuesto, no tendría sentido hablar de una permanencia de los efectos magnéticos sobre el cuerpo o sobre el agua que consumamos tras hacerla pasar por toda suerte de imanes dada la inexistencia de propiedades ferromagnéticas —el agua, no tiene memoria—. En este punto he de reconocer que se me plantea una duda. Si se pretende alterar la polarización de nuestros fluidos ¿con qué propósito se hace? No existen estudios sobre este pormenor en la literatura científica actual pero aún cuando algo así pudiera hacerse —que no se hace— no ha de implicar que se haga para ganar en salud, esto, también habría que demostrarlo. Estaríamos, pues, ante la explotación económica de un artefacto que usa como reclamo un efecto no medible y no contrastable en nuestro cuerpo empleando una tecnología de moda.
En cuanto a las bondades de la magnetoterapia sobre el sistema nervioso se habla de que es capaz de producir alteraciones en los estímulos eléctricos que nuestras neuronas generan y nuestras redes nerviosas transportan hasta músculos y órganos. Nuevamente, parece que se busca interferir sin saber muy bien para qué en los procesos biofísicos pero, nuevamente, esto no es posible ya que el orden de estas señales es de milésimas de voltio —70 mV se registran entre el interior y el exterior de la membrana plasmática cuando los  iones se difundan conforme a su gradiente electroquímico por causa de algún estímulo—. Para reducir en un 10% la conductividad nerviosa sería necesario superar los 20 teslas de campo magnético —lo cual supondría varios megavatios de potencia consumida estando muy pero que muy por encima de las máquinas de uso no hospitalario—.

El último efecto que he encontrado es el que relaciona la terapia magnética con el efecto piezoeléctrico de deposición de tejido óseo y aquí sí podemos decir que existe una base científica pero, claro, no para los campos magnéticos empleados en magnetoterapia.

Las propiedades mecánicas del hueso se rigen por los mismos principios que las estructuras de suspensión de cargas y torsión aunque, aquí, la matriz extracelular del hueso es la responsable del proceso de adaptación y el comportamiento bioeléctrico que incluyen el mecanismo de modelado y remodelado óseo donde parece que el efecto piezoeléctrico sí cumple un papel importante. Esta piezoelectricidad consiste en la  propiedad de algunos materiales de polarizar su masa al someterse a tensiones mecánicas, produciéndose una diferencia de potencial en su superficie asociada a un flujo de cargas eléctricas. 

Con respecto al flujo de estas cargas, al aplicar corrientes bipolares del orden de 20 µA y tensiones inferiores a 1 voltio cambiando los polos cada pocos segundos a los extremos de una fractura ósea se produce un incremento medible de la velocidad de remodelación (Dr. Pereda Cardoso, O. 1994). Con la relación que presenta el efecto electromagnético, en 2014 la UE creó un proyecto denominado MAGISTER (Magnetic Scaffolds Tissue Engineering) donde tras 4 años de investigación se desarrollaron nuevos tipos de implantes biomagnéticos y biodegradables que se fijan en la zona del hueso dañada y se activan por fuerza magnética desde el exterior para estimular y guiar la regeneración celular del tejido afectado. Según el profesor José Rivas Rey, catedrático de electromagnetismo del grupo de magnetismo de sólidos, Dpto de física aplicada de la universidad de Santiago de Compostela y participante del proyecto MAGISTER, cuando se activa la parte magnética desde el exterior, esta, desencadena procesos físico-químicos que activan la parte biológica, que es la que aporta las ventajas terapéuticas que favorecen la regeneración celular y permiten el crecimiento del hueso a partir de proteínas y de células madre que se encuentran preprogramadas. La parte biológica del implante se encuentra compuesta por partículas de hidroxiapatita y por distintos materiales biocompatibles que están imantados por iones de hierro, de forma que al activarse por medio de fuerzas magnéticas, las nanopartículas de magnetita envueltas en un polímero termo-retráctil cargado con medicamentos ganan temperatura al aumentar su energía, obligando al polímero a contraerse y a expulsar el fármaco.

En cualquier caso, las energías empleadas en los campos son inalcanzables para las corrientes de magnetización empleadas en magnetoterapia dado que a la baja intensidad de partida se une que el campo disminuye de forma inversa al cuadrado de la distancia (Ley de Biot-Savart). 
Sin duda, el magnetismo es un campo apasionante de la física con innumerables aplicaciones en campos como el industrial, sanitario y terapéutico o de investigación pero su uso domiciliario, estético o paramédico, no tiene cualidades ni respaldo científico.

Hasta el momento no hay estudios rigurosos basados en metodologías científicas contrastadas, con suficiente población muestral, ensayos doble ciego, etc., que permita aceptar como válida ninguna de las facetas de esta terapia alternativa y el que compañías médicas dediquen publicidad y fomenten este tipo de tratamientos ponen de manifiesto un interés en la economía de resultados frente a la recuperación del paciente.


Autor: Prof. Javier Luque.







  1. Frankel R, Liburdy R. Biological effects of static magnetic fields. In: Polk C, Postow E, eds.
  2. Weintraub M. Magnetic bio-stimulation in painful diabetic peripheral neuropathy
  3. Wilkinson ID, Graves MJ. Magnetic resonance imaging.
  4. Teresa Alameda (BBVA Innovation Center)
  5. Electroterapia en fisioterapia (Rodríguez Martín)

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