Uno de los miedos más frecuentes entre
quienes tienen miedo a volar es que un rayo impacte en la aeronave porque es
conocida la enorme magnitud de esta fuerza de la naturaleza.
Este tema, sin embargo, no debería ser lo que nos desanimara a volar (quizá la contaminación atmosférica sí sería algo a tener más en cuenta) pues a los ocupantes del avión no les ocurrirá nada
por causa del rayo y ello lo sabemos gracias a la física, en concreto, a un
descubrimiento que realizó el británico Michael Faraday tras un experimento que
vino a llamarse «de la cubeta de hielo» por emplear para su realización el
recipiente metálico donde custodiaba el hielo que utilizaba en su laboratorio.
Demostró
que la carga eléctrica se acumula únicamente en el exterior de un cuerpo
conductor cargado independientemente de lo que se encuentre en su interior. El
experimento partía de introducir una
bola de metal en el interior de la cubitera conductora que había sido colocada
sobre una banqueta de madera para aislarla del suelo pendiendo de un hilo. Para
conseguir medir la carga eléctrica Faraday empleó un electroscopio consistente
en un par de delgadas láminas conductoras que recibían carga del objeto al que
se conectaban y que, por efecto de la repulsión electrostática, se separaban más
cuanto mayor era la carga que portaban. Al principio la cubitera fue conectada
al suelo (considerado valor de referencia de potencial) y comprobó con el
electroscopio que, efectivamente, estaba totalmente descargada (laminillas
juntas). A continuación con el electroscopio comprobó que la esfera contenía
carga eléctrica positiva. Cuando el electroscopio se conectó a la cubeta y se
fue introduciendo progresivamente la bola cargada en el interior de aquella sin
contacto entre ambos cuerpos se observó que el recipiente metálico iba ganando
carga conforme se introducía el cuerpo cargado. ¿Cómo podía haberse cargado el
recipiente si se encontraba aislado y nunca tocó al segundo cuerpo? La carga no
variaba aunque la bola se desplazara por el interior y al extraerla, el
recipiente perdía su carga. Aquí surgió la cuestión de las líneas de campo que
inducían a generar nuevas cargas en la superficie exterior del conductor, era
la acción a distancia que provocaba la carga.
Experimento de «cubeta de hielo» descargada (a tierra). |
Experimento de «cubeta de hielo» aislada con carga en su interior. |
Para modelizar mentalmente el
fenómeno del avión podríamos suponer un conductor cerrado con carga en
equilibrio distribuida por su superficie.
Cuando un campo eléctrico externo
lo recorre, las cargas se reordenan polarizándose adecuadamente a la
orientación del campo (las cargas positivas tienden a huir de la zona
electropositiva del conductor). Siendo así, la nueva ordenación de la carga
crea un campo eléctrico interno que tendrá como fuente la carga positiva
dirigiéndose hacia la negativa de tal forma que ambos campos (exterior e
interior) se cancelan dando como resultado un campo nulo en el interior.
Este hecho
que garantiza que lo que ocurre fuera y dentro del conductor son hechos
desconectados ha propiciado su uso de forma industrial en numerosos objetos
cotidianos y, dado su efecto de contención de la carga, ha recibido un nombre
fácilmente recordable de jaula de Faraday.
Volviendo a nuestro ejemplo, la carga del
rayo se distribuye por el casco conductor, metálico, de la aeronave pero no se
introduce en su interior tenga el conductor la forma que tenga y se puede
comprobar con el teorema del flujo de Gauss que reza que el flujo de campo
eléctrico a través de una superficie cerrada es igual a la carga contenida
dentro de la superficie, dividida entre la constante dieléctrica.
Esta superficie cerrada se conoce como
superficie gaussiana.
Este mismo principio se puede
encontrar en aparatos tecnológicos donde se desea aislar o confinar los
campos electromagnéticos. En muchas aplicaciones industriales y de
telecomunicaciones se necesitan cables apantallados que impidan interferencias
y ruido eléctrico. La incorporación de una fina malla metálica o papel
conductor envolvente previo a la banda aislante permite crear una suerte de
jaula de Faraday que consigue independizar los campos eléctricos dentro y fuera
de la barrera conductora. Es lo que se denomina blindaje capacitivo. Para
evitar la circulación de cargas por la superficie de la malla se conecta un
único extremo a tierra. Este apantallamiento puede combinarse con uno inductivo
que evite acoplamientos magnéticos empleando materiales de alta permeabilidad
magnética. Las radiofrecuencias suelen emplear un doble apantallamiento, uno de
alta conductividad y otro de alta permeabilidad para proteger, respectivamente,
de pérdidas por reflexión y absorción.
Uno de los aparatos estrella de
nuestra cocina (aunque su uso poco tiene que ver con lo previsto inicialmente)
se lo debemos a un experimento accidental de Perry Spencer, un ingeniero de la
Raytheon Corporation, cuando trabajaba con un magnetrón (una cavidad metálica
con un filamento que se vuelve incandescente y emite electrones en las
inmediaciones de un potente imán que crea los pulsos). Se cuenta que una
chocolatina de su bolsillo se derritió mientras el aparato generaba ondas
electromagnéticas en el rango de las microondas y que de esta anécdota surgió
su nombre. El funcionamiento de este aparato se basa en la generación de pulsos
electromagnéticos con frecuencia próxima a los 2,45 GHz (es decir, su polaridad
cambia dos mil cuatrocientas cincuenta millones de veces cada segundo), en el
tramo entre las ondas de radio y los infrarrojos que aumenta la energía de
vibración de las moléculas de agua de los alimentos, algunos azúcares y grasas
propiciando su excitación y movimiento violento que incrementa la
temperatura del cuerpo desde su interior al exterior. Cuando los electrones
encuentran objetos metálicos pueden crear corrientes eléctricas que afectarán
al normal funcionamiento del aparato y el lector podría preguntarse por qué no
le afecta que el interior de la cavidad del microondas (el aparato) esté
fabricada en metal. La respuesta reside en la forma de la cavidad pues siempre
es redondeada y carece de aristas. Así, los electrones rebotan atravesando una
y otra vez los alimentos y los recipientes aptos para este uso. Si nos
preguntamos por qué no escapan al exterior estos electrones la respuesta es
evidente al encajarla en este artículo, la jaula de Faraday. Hemos dicho que el
interior es metálico diseñado específicamente para que sirva de superficie de
rebote al electrón y sólo le quedaría la posibilidad de abandonar el
receptáculo por el hueco de la puerta pero puede apreciarse a simple vista en
la mayoría de los aparatos que la puerta cuenta con una malla metálica embebida
que cierra nuestra jaula impidiendo que los electrones abandonen el conductor y
afecten al exterior, al menos, hasta que abriésemos la puerta pero cuando esto
ocurre, un microrruptor desconecta el funcionamiento del magnetrón asegurando
nuestra seguridad.
Faraday fue, sin duda, un
prestigioso científico, plural en cuanto a las disciplinas que abordaba y con
una profunda ética que discurría en paralelo a una sólida fe que le hacía adjetivar de mezquino y contrario a las sagradas escrituras el enriquecimiento
personal y la acumulación de mérito público (lo que le llevó a rechazar en
hasta dos ocasiones la presidencia de la Royal Society, el título de
investidura como caballero y una sepultura junto al mismísimo Isaac Newton en
la Abadía de Westminster). Gracias a sus estudios contamos hoy día con máquinas
tan importantes como los generadores y motores eléctricos, una gran variedad de
dispositivos electromecánicos, el concepto de diamagnetismo, dispositivos para
laboratorio y un largo etcétera de artilugios son los que muchos futuros ingenieros acabarán teniendo pesadillas.
Autor: Prof. Javier Luque.
Imagen magnetrón: https://bit.ly/2R2hDkR (public domain)
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