Los alumnos se copian. Esta es la frase que ha encabezado decenas de correos que he venido recibiendo estas semanas de compañeros de todo el país. El sentimiento de dichas misivas digitales variaba de la impotencia y la frustración a la desidia y el autoconvencimiento de que el esfuerzo que se estaba haciendo en autoformación para usar nuevas herramientas digitales no servía para nada si luego se podían pasar las respuestas por Whatsapp o buscarlas en su navegador con el móvil de su hermano (o preguntarlas directamente a los padres, que esa es otra).
“La juventud de hoy ama el lujo, es maleducada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores y chismorrea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran, contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”.
Ahora intenta releer la frase empleando, en lugar de «chismorrear» un «no deja de usar el teléfono» y en lugar de «devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas» un «no hacen nada en la casa de la que se creen dueños». Esta sí pasaría más desapercibida, más actual. Bueno, no está mal teniendo en cuenta que la original tiene veinticinco siglos si la atribución a Sócrates es correcta (en este punto, la cosa no está muy clara). En cualquier caso hemos de tener claro que lo que nosotros observamos no es aislado, no es local y no es temporal.
Siempre digo que unos de mis puntos fuertes es tener buena memoria y poca autoindulgencia sobre mi época de adolescente. Es un período difícil donde la presión de grupo es muy poderosa, la imagen y la influencia llenan prácticamene todo y la autoridad, con sus normas, el objetivo a batir. Superar normas es un reto innegociable en estas edades. La personalidad también se edifica y se confirma en base a las batallas libradas para ganar derechos (reales o no, pero eso es otro tema) y el resultado de las contiendas. Da igual si el motivo es aumentar las horas de uso del teléfono o subir la hora de llegada a casa o conseguir que el capítulo que se vea durante la cena sea el de su serie favorita de Netflix. Lo importante es conseguir lo que uno se propone. Eso obliga a pensar cómo conseguirlo, a negociar, a entender argumentos contrarios a los que se tiene preconcebidos, a anticiparse en la dialéctica, a encajar un «no, porque lo digo yo» inapelable (de los muchos que oirán en su vida, con motivo o sin él, con estas palabras o con circunloquios que vienen a significar lo mismo).
Las evaluaciones son otra barrera más, no por el contenido en sí mismo que eso, a estas alturas de la película, es casi lo de menos sino porque suponen una puerta a burlar la autoridad del profesor (quizá la única figura de autoridad que han conocido fuera del núcleo familiar). A nivel de liderazgo los docentes somos el objetivo a batir y saberse con las herramientas adecuadas para lograrlo es una tentación demasiado fuerte para la mayoría.
Ahora bien, observemos con perspectiva la situación. Tenemos un escenario inaudito donde por primera vez en la historia de la humanidad se acuerda permanecer recluidos como principal recurso para combatir una enfermedad. El sistema educativo, reo de una burocracia que encorseta la iniciativa personal, fomenta los agravios comparativos entre los docentes y se congratula de una igualdad mal entendida para con el alumnado creando una tarifa plana de conocimientos, se topa con una nueva realidad para el que no está preparado. Nunca se hizo un simulacro para esta situación. Nunca se invirtió lo que se necesitaba en nuevos equipos, en infraestructura digital, en mantenimiento, en servicios deslocalizados, en gestión de datos, en seguridad y privacidad…, en formación del profesorado. Ahora todo es correr, probar, corroborar que no sirve y volver a empezar poniendo al responsable de las TIC a los pies de los caballos cuando algo no funciona (como si la cosas se hicieran con a ellos les gustaría) mientras la Administración no sabe cómo convencernos de usar sus herramientas digitales y nosotros ya no sabemos cómo decirle que no son funcionales.
El Legislador saca pecho al hablar de la «autonomía de los centros» pero es solo un concepto pues el margen real de maniobra para tomar decisiones de calado es exiguo. Hablar de jerarquía vertical supone responsabilizar a la cúspide de las actuaciones de los segmentos inferiores pero esta suerte de autonomía permite ser invocada cuando se pretende delegar responsabilidades y justificar los errores (que los hay, y muchos) a partir de la decisión particular de un parte no representativa del colectivo. Así, es posible asumir los éxitos y delegar los fracasos. "La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana" que hubo de decir Bonaparte en 1807 tras la firmar la Paz de Tilsit. Nada nuevo bajo el sol.
En plena crisis global se apela, ahora, a esa autonomía de centro para adaptarse a unas meras directrices que pretenden ser una hoja de ruta pero que quedan en un puñado de consignas y mantras cuya mayor parte es un compendio de artículos de la propia normativa educativa que todos los docentes venimos usando desde hace años. ¿Evaluación continua? ¿Derecho a la educación? ¿Atender a la diversidad? ¿Considerar la repetición como medida excepcional? ¿Actividades de refuerzo? ¿Trabajar de forma coordinada? ¿Potenciar la acción tutorial? ¿Mantener comunicación con las familias? ¿Realizar informes individualizados de final de curso? Esto no son novedades, son (junto a otras muchas) premisas de trabajo que cada nuevo curso vienen reflejadas en las programaciones de los departamentos y en el proyecto educativo y que marcan la vida académica de los centros. Si alguien ajeno a este sector lee que esto son medidas excepcionales se preguntará (y con razón) qué narices veníamos haciendo antes con sus hijos.
Con respecto a la importancia que tiene la evaluación basta remitirse a declaraciones de los distintos gobiernos donde se ha venido justificando la intención de volver a las aulas apelando a la necesidad de dejar que los progenitores vuelvan a sus trabajos. Con una sola frase se puede convertir un centro de educación y formación en un aparcamiento para niños. La cuestión de la evaluación, así, se relativiza mucho pues, si el aprendizaje no es el objetivo, la evaluación tampoco puede ser el medio de asignar el logro de una competencia y capacidad.
Me han preguntado en muchas ocasiones si se puede hacer un examen, una prueba evaluable, con garantías absolutas de que no se pueda copiar. La respuesta es un tajante no. Hay todo un universo de recursos para salir al paso, con habilidad, de cualquier examen estándar. Pero tampoco se puede asegurar la infalibilidad en el modelo presencial.
A estas alturas la mayoría de los docentes procuramos diversificar la metodología de evaluación (hay muchas vías para conseguir cuantificar el rendimiento y la adquisición de competencias) pero en el caso concreto de las pruebas de examen resulta imprescindible tratar de no crear preguntas estandarizadas sino cuestiones que pongan de manifiesto un cierto desarrollo de distintas áreas de conocimiento, cuestiones aplicadas que permitan, en un tiempo dado, expresar un pensamiento individual que demuestre conocer la materia pero, aun así, hay contenidos que no se prestan a esta dinámica y la realidad es que, si pretendemos preguntar fechas de acontecimientos relevantes, vocabulario, el nombre de un músculo o resultados de ecuaciones, estamos fuera de juego porque todo está a un clic de distancia.
Frente al oportunismo y la mediocridad, que suben como la espuma, la ética personal brilla por su ausencia en todos los estratos. Vemos estudiantes que dedican más tiempo a encontrar la forma de saltar la norma que a preparar el contenido que les entra en la prueba y familiares cuyo reflejo espectral aparece en los cristales del mueble de salón, tableta en mano, para que el estudiante alcance a leer la respuesta burlando el ángulo de la cámara. También se encuentran docentes (afortunadamente en minoría) que dedican más energía a defender que se limite el número de actividades y pruebas que a realizar un trabajo ejemplar asumiendo el riesgo que supone cercenar la impartición de contenidos como regla general al perjudicar a otros muchos que quieren seguir creciendo intelectualmente y que también deben ser protegidos por el sistema apelando a su derecho constitucional a ser educados.
Encontrar el punto virtuoso donde no se deje en la estacada a nadie y no se permita desaprovechar el potencial de ninguno es extremadamente difícil y necesita de directrices mucho más claras y universales que las que ahora mismo están sobre la mesa y llenando las páginas de los diarios digitales.
Retomando el punto de partida, no me preocupa tanto el asunto de la copia en estas especiales circunstancias porque aquellos estudiantes que quieren aprender, que quieren avanzar y estar mejor formados (que los hay, y son muchos), apelarán a su honradez y su ética para hacer las cosas en buena lid. Los aprovechados harán lo que han hecho siempre: retorcer el sistema, buscar el resquicio, crear la trampa, rentabilizar esta oportunidad y poner a prueba la sagacidad del docente. Diseñar pruebas que resulten infranqueables solo servirá para invertir (perder) mucho más tiempo del profesor, perjudicar a los primeros y mantener en sus trece a los segundos, nadie gana.
El sistema oportunista tiene una vida corta y conforme se asciende académicamente va perdiendo valor y se antoja más complicado encontrar la vía fácil de aprobar. El compañerismo actual será competencia mañana y el estudiante brillante que hoy cede sus ejercicios ante aquella presión social, mañana, será un adulto que no consentirá que se aprovechen de su talento. En el mercado laboral será mucho más difícil entrar por la puerta trasera y mantenerse porque los filtros de entrada son cada vez más altos y rigurosos, hay más competencia (cada vez, mejor formada) y entra en juego el factor económico y socio-laboral siendo pocos los que puedan seguir aprovechando ese modus operandi.
El brillante seguirá haciendo su trabajo y esforzándose hagamos el tipo de evaluación que hagamos y saldrá exitoso. El oportunista se beneficiará de una situación coyuntural que podrá mantener, solo, a corto plazo por lo que tampoco es algo que tenga que preocuparnos en exceso y, además, el oportunista de hoy que tenga éxito mañana será porque he desarrollado habilidades suficientes como para ser útil de una forma u otra y eso significa que se habrá convertido (aunque por un camino tortuoso) en un ser social plenamente integrado lo que, al fin y a la postre, también es de lo que se trata.
Autor: Javier Luque.
Imagen de cabecera: CC BY-NC-SA 2.0/ https://www.flickr.com/photos/5tein
Excelente artículo. Me quito el sombrero!
ResponderEliminarCreo que este artículo debería ser de obligada lectura para docentes y familia. Como docente me siento totalmente identificado en muchas situaciones y pensamientos, pero me quedo con la parte positiva, que sin duda me ha quedado después de su lectura, muchos son los docentes que están poniendo lo mejor de sí mismo para atender a sus alumnos,muchas son las familias que colaborando para sacar adelante la situación y por supuesto, muchos son los alumnos que están trabajando y aprendiendo de forma brillante, luego llegará la selección natural. Y los que crean que están engañando a alguien, sean docentes, padres o alumnos, el tiempo les demostrará que efímero fue su engaño.
ResponderEliminar¡Me ha encantado! Estoy de acuerdo contigo en lo bueno y en lo menos bueno :)
ResponderEliminarGracias, como siempre, por tus reflexiones.