lunes, 31 de agosto de 2020

NO ES UN SEPTIEMBRE CUALQUIERA

Con muchos años a las espaldas en esto de la docencia he vivido muchas vueltas a la actividad con ilusión, con ganas, con energías renovadas, con más conocimientos de los que terminé el curso porque he podido dedicar tiempo libre del período estival a realizar algún que otro curso que me apetecía y nunca tenía tiempo, con curiosidad por saber con quién compartiré equipo y qué grupos y materias impartiré. Este año, no.




Este año la presión ante una vuelta cargada de incertidumbre pesa más que las ganas. Mi faceta, como la de tantos otros, es doble por participar de mi vida académica y de la de mi hijo. El temor, por tanto, también es mayor. No paro de escuchar mensajes tranquilizadores que me aterran por su falta de rigor y su argumento falaz y es que estoy cada vez más convencido (y esto es algo que me duele decir siendo profesor) de que la ignorancia da felicidad. Por supuesto que saber es algo maravilloso y necesario, algo que te vuelve libre y te cultiva como persona y como ciudadano pero, también, te hace detectar la manipulación a primera vista, vislumbrar la manera en que se puede retorcer la realidad plegándola a los intereses más oscuros, comprobar de primera mano que algo tan importante como la educación se ha convertido en una estrategia de mercadeo donde no importan los estudiantes ni, por supuesto, los docentes.

Se miente a las familias con descaro cuando se dice que sus hijos estarán seguros en un entorno vigilado y controlado. La realidad es que no existe tal entorno seguro y se carece de medios materiales y humanos para realizar ese supuesto control. Con ánimo de espolear a las tropas el consejero andaluz de educación fue un paso más allá al decir que la maquinaria estaba "perfectamente engrasada" y que se contaban con todos los protocolos, como si algo recogido en un papel generara un campo de fuerza cósmico. Los protocolos de funcionamiento han sido realizados por equipos con mucha capacidad de trabajo y abnegación pero que nada tienen que saber sobre epidemias. Un docente es especialista en su materia y en pedagogía y exigirle a estas alturas que se desdoble en un alter ego capaz de plasmar en un documento impuesto un plan huérfano de recursos que mitigue el contagio de una pandemia mundial podría parecer pretencioso si no fuera una absoluta majadería para encubrir una dejadez de funciones del órgano político.

Se miente al profesorado cuando se llama a la calma porque no se sabe qué grupo de expertos ha dicho que «los niños no contagian» envolviendo en sombras y dudas otros estudios que lo contradicen. A fecha de hoy la propia OMS lo deja claro: no hay ningún estudio sólido que descarte de manera irrefutable a los menores como parte de la cadena de contagio, es más, se contagian, enferman y los centros que ya han abierto están comenzando a sumar casos dado el perfil asintomático de muchos estudiantes y la tardanza en mostrar los primeros indicios que impone un desfase en la etapa de contagio que supera las dos semanas. Esto se endulza, sin embargo, hablando de otros aspectos que sí parecen ser ciertos (como corroboran algunos estudios científicos) como que los más jóvenes se enfrentan a esta enfermedad con menos complicaciones y más garantías de éxito. Una gran noticia de la que nos congratularemos mientras nos miramos unos a otros en los claustros pensando si estaremos al final de curso todos los que lo iniciamos.

Las medidas que habrán de adoptarse de cara a asegurar la estanquidad de esos grupos de convivencia, esas burbujas, se apoya en otra mentira que ya he venido reiterando en anteriores artículos: la autonomía de centro. Un centro no es autónomo, es totalmente dependiente salvo para un puñado de medidas pedagógicas y administrativas. Depende de la dotación que se le asigne y carece de la capacidad de realizar obras de calado (las obras que se requieren para deshacer el hacinamiento previo al COVID-19 no son cosa de echar dos ratos), no tiene competencias para alterar el número de horas lectivas, ni para cambiar el perfil docente que haya de impartir una materia, ni variar la carga horaria de un trabajador vulnerable, ni puede contratar más profesores, ni alterar la carga lectiva fijada por ley a los estudiantes, ni decidir una metodología telemática o semipresencial, ni realizar acuerdos con los centros sanitarios para que se cuente con personal médico accesible para cuando vayamos cayendo, porque caeremos. No tiene competencias propias para afrontar esta situación salvo el asumir a pecho descubierto los problemas que se deriven de una vuelta sin planificación, desordenada, caótica donde cada cual rema en la barca para donde cree oportuno ante la ausencia del timonel. Ante un lleno masivo de las dependencias ni si quiera se podrá asegurar salir bien parado si la totalidad del alumnado sigue a pie juntillas las normas de higiene, actúa con madurez y evita el contacto social, sus familias se comportan de forma cívica, ejemplar, sin acometer prácticas de riesgo, usándose eficazmente las barreras higiénicas (mascarillas) renovándolas a diario y cada vez que se humedezcan (con el gasto que ello supone) y sin asistir a clase al menor síntoma... ¿Alguien se imagina este escenario? Yo tampoco. 

Se ha jugado de manera torticera con la opinión pública describiendo un sector docente acomodado, privilegiado, reticente a trabajar, temeroso y enfrentado a las familias cuando la realidad ha demostrado, para quien quiera verlo (siempre habrá quien ponga el discurso enlatado aunque nadie le escuche), que los docentes han hecho un trabajo soberbio, tanto, que se ha conseguido que no se note la falta de liderazgo de nuestros responsables políticos, ni la improvisación de la que han hecho gala en cada momento, ni la falta de medios para estudiantes y docentes que permitiera un seguimiento académico como es debido sin tener que echar mano de recursos personales.

La imagen que se ha ofrecido del sistema educativo dentro y fuera del país es un retrato patético de un sistema anciano y agotado al que nadie atiende y del que nadie se preocupa hasta que se ganan unas elecciones y derrocarlo se convierte en una prioridad legislativa para el vencedor. No hay peor forma de estigmatizar a toda una generación de estudiantes que hacer visibles estas carencias y manifestar que lo que importa de la educación es su potencial de almacenaje en lugar del conocimiento. No podrá achacarse culpa alguna a la pandemia sino a la falta de medios y recursos, la ausencia de gestión organizativa y la incapacidad de tantos y tantos que cobran del erario por pensar y cuyos pensamientos ni se han visto ni se esperan. El turismo, el comercio, la restauración, el ocio, la vida nocturna, el culto religioso, los campeonatos deportivos... todo ha estado por delante de la educación, todo con sus protocolos, sus medidas y sus plazos. Mientras, han esperado a estar a días del inicio de la actividad para vomitar una serie de medidas que no llegan, siquiera, a ser tal cosa aparentando haber estado trabajando sobre un tema que debería haber sido una prioridad cierta. 

Pedir a las familias que actuando cívicamente no envíen a sus hijos al centro ante la presencia de malestar general, fiebre, tos, molestias en el cuello, dolor muscular, o de barriga, o de cabeza (hágase cuenta de cada cuánto se encuentra con algún síntoma de estos un joven por miles de causas no relacionadas con el COVID-19) sin un plan de conciliación para que un adulto se quede a a su cuidado es una perversión en sí mismo pues penaliza la acción del progenitor haga lo que haga (o lo envía con un chute de ibuprofeno poniendo en riesgo potencial al resto o se arriesga a dejar de trabajar poniendo en peligro el sustento familiar). Esto, sin embargo, resulta inconcebible para nuestros amancebados políticos que, ya sea por mostrarse «incompetentes» por el traslado de competencias, ausentes por haberse visto ante una situación que supera sus cortas capacidades o soberbios al creerse por encima del bien y del mal han optado por mirar hacia otro lado. Saben que no podrán terminar el curso. Dudo, de hecho, que pueda mantenerse el modo presencial poco más de algunas semanas, el tiempo justo que provoque el colapso del sistema sanitario de nuevo, porque se trata de eso, exponernos con cautela evitando saturar los hospitales por si se necesita una cama. No hay vacuna y no la habrá en breve porque aunque se esté invirtiendo mucho en reducir los 10-15 años que suele llevar el desarrollar una vacuna eficaz no puede reducirse con garantías este proceso a 1 año (y, si se logra, no seré yo quien la pruebe). Dado que no existe ese escenario no hay más remedio que preparar el otro, el que se improvisó desde el 14 de marzo aprendiendo de los errores cometidos, que fueron muchos y de lo que se hizo bien. Para ello, sin embargo, es imprescindible dar voz a los que estuvimos ahí, trabajando, innovando, cada uno a nuestra manera, equivocándonos sí, pero achicando agua de un bote que consiguió llegar a puerto.
No se trata de vivir al margen de la realidad y no pisar el centro, creo que todos preferimos nuestro trabajo tal y como era, con el contacto humano, atendiendo personalmente las carencias individuales, tratando de impulsar la imaginación, la creatividad, el compromiso y el buen hacer de los más jóvenes pero esa visión será difícil de repetir. Ahora, la Escuela (en mayúsculas), tiene un reto enorme, una necesidad de cambio que no puede aplazar. Quizá tengamos que enseñar a los pequeños a cambiar el abrazo de bienvenida por un saludo, el trabajo en grupo por una puesta en común y los juegos y deportes de equipo por otras modalidades más individualistas con menor riesgo. Quizá tengamos que trabajar transversalmente el concepto de la muerte como venimos haciendo con la igualdad entre hombres y mujeres, la tolerancia, la lucha contra todo tipo de violencia, la solidaridad... Quizá sea el momento de hacer nuestro trabajo de forma que sea extensible a toda la comunidad educativa, trascendiendo el aula y la pantalla del ordenador, proyectando los valores que se buscan no solo en los más pequeños, cerrando el vínculo entre la escuela y el tejido social al que sirve.

La tergiversación es otra arma que suele emplearse para salir bien parado ante legos en el funcionamiento académico de las críticas de los profesionales del sector. Un claro ejemplo es la ratio. Este concepto, que periodistas desinformados e incluso políticos identifican erróneamente, corresponde al cociente entre el número de estudiantes que tiene el centro entre el número de docentes. 1000 estudiantes entre 70 docentes arroja una ratio 14 pero esta información está incompleta pues se puede dar el caso de que haya cursos con desdobles donde una materia optativa tenga 10 estudiantes mientras otra esté hasta la bandera (y más arriba) y este es el verdadero problema. No se trata de bajar ratio de funcionamiento estructural de centro sino de garantizar que en ningún aula se agolpe un número excesivo de personas. Y para eso, hace falta profesorado (otro dato sobre el que se miente). Hablar en cifras absolutas es un problema cuando se carece de contexto. En Andalucía, por poner un ejemplo, se habla de incorporar 1864 maestros y 2150 profesores para centros públicos, lo que supone 4014 nuevos efectivos que puede parecer mucho teniendo en cuenta esas cifras absolutas pero no tanto si tenemos en cuenta que esta comunidad tiene una plantilla de 47226 maestros y 47986 profesores. Las mejoras suponen un 4,2%. Si tenemos en cuenta que existen 3624 centros públicos para dar servicio a ambos ciclos de infantil, primaria, secundaria, bachillerato y formación profesional. La tasa resulta en 1,1 docente/centro. Es decir, la mejora para «doblar» el número de burbujas reduciendo así el número de estudiantes por aula en nuestras escuelas se quiere conseguir aportando 11 docentes más por cada 10 centros educativos, de forma inespecífica, sin atender a niveles, materias, ni a las necesidades particulares de cada situación, midiendo al peso.

Igual de absurdo resulta hablar de la obligación de acudir presencialmente a clase «porque es la única vía de garantizar una educación integradora» como ya se ha podido leer en diversos medios de quienes cobran por arreglar esto. Se trata de otra falacia pues estaríamos privando de clase durante meses a cualquier estudiante que haya contraído el virus o cohabite con un positivo; o durante semanas a quienes hayan sido confinados de forma preventiva hasta los resultados de las controvertidas PCR (que, si bien es cierto que son una foto fija de un instante, resultan la herramienta más adecuada y asequible que tenemos ahora para mapear el avance del virus). Un docente carece (habrá quien se sorprenda de esto) del don de la ubicuidad y por ello no podrá estar impartiendo clase presencial y preparando materiales, tutoriales y actividades para la docencia telemática. ¿Recomienda la Administración, pues, privar de su derecho a la educación a esos estudiantes?

En cuanto a la seguridad en el trabajo ya duele la boca de decirlo: el empleador es quien tiene que garantizar que se adopten todas las medidas necesarias para crear el entorno laboral seguro y, cuando esto no sea suficiente, se dotará de EPI a los trabajadores formándolos en su correcto uso. Esto está recogido en la Ley 31/1995, de 8 de noviembre, de Prevención de Riesgos Laborales y en Real Decreto 486/1997, de 14 de abril que, además, contemplan un mínimo de condiciones que no se cumplen en buena parte de los centros como el asunto de garantizar las renovaciones de aire pero, claro, teniendo en cuenta que en muchos centros se cuenta con puertas que abren en sentido contrario a la evacuación incumpliendo el Real Decreto 314/2006, de 17 de marzo, pues apaga y vámonos. Esto último es algo para temblar porque estamos tratando por todos los medios de mantener una distancia interpersonal, no cruzarnos en recorridos comunes, escalonar entradas y salidas para evitar aglomeraciones... Si en algún centro se produjese una situación de emergencia, llámese conato de incendio, sismo... que obligara a activar el protocolo de evacuación o confinamiento (al que sigue una evacuación), ya podrá imaginarse que cientos de estudiantes acabarán recorriendo juntos el centro hasta ocupar su puesto en alguna de las numerosas filas que rellenarán el punto de encuentro. Luego, el azar, hará su trabajo.

Nos queda un duro comienzo y un accidentado sendero escolar. El estrés, la apatía y la desidia serán compañeros de viaje pero una vez más, seremos capaces de hacernos con la situación ante una Administración que trabajará de espaldas a los problemas de la comunidad educativa. Una vez más lograremos sacar lo mejor de nosotros reinventándonos a cada paso. Una vez más lograremos convencer de que nuestro trabajo es importante y de que siempre hemos sido parte de la solución y no del problema pero, por una vez, dignifiquemos nuestro trabajo y hagamos valer nuestros derechos porque este curso 20-21 marcará un precedente que mantendremos largo tiempo. Cuál sea, dependerá de nosotros.



Autor: Javier Luque.




Imagen de cabecera: https://cutt.ly/rfkh5Zp. Autor: Colegio entre naranjos. 

1 comentario:

  1. Excelente despliegue de la situación. Un saludo y le deseo salud y éxito.

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