¿Qué responsabilidad tienes en el coste medioambiental de los envases?
Ya en el Neolítico el ser humano
comienza a usar recipientes metálicos y cerámicos para almacenar agua o vino y
transportar alimentos. Botas de piel y tejido, barriles de madera o botellas de
vidrio permitían a griegos y romanos realizar sus campañas y almacenar sus
provisiones no perecederas.
Imagen de Tom_Crew en Pixabay |
Habrá que esperar hasta 1795 para
que Nicolas François Appert ganara un premio de 12000 francos al resolver un
problema propuesto por Napoleón acerca de cómo procurar alimento de calidad a
las tropas en las largas campañas bélicas. Conocedor del descubrimiento del
biólogo italiano Lazzaro Spallanzani acerca
de que la
cocción destruía las esporas de las bacterias de la carne ideó un sistema para
calentar carnes y verduras conservándolas posteriormente de forma hermética en
recipientes metálicos o de vidrio. El ilustre bacteriólogo Luis Pasteur
corroboró el método científico de la conservación basándose en que los
alimentos no pueden afectarse por la acción de las bacterias muertas por el
calor. Bryan Donkin, ingeniero británico, encontró una forma de elevar más aún la
temperatura de exposición de los alimentos introduciéndolos en latas de metal y
en 1812 junto a John Hall pone en marcha la primera conservera iniciando así
una industria que se mantiene hasta nuestros días y que ha sufrido
modificaciones tecnológicas en sus procesos, sus materiales, su logística y, por
supuesto, en su marketing.
Durante la segunda guerra mundial el
metal se convierte en un bien muy valioso y se buscan alternativas en su uso
alimentario. Los químicos encontraron una forma de aglutinar pequeños monómeros para formar otras moléculas más grandes y pesadas dando
comienzo a la hegemonía de las resinas sintéticas, más conocidas como plásticos.
Finalizada la guerra se había construido
todo un imperio industrial en torno a la producción de alimentos envasados para
la guerra que fue reconducida al ámbito doméstico ampliando el surtido de
productos, tamaños y usos pero nadie atisbaba en aquel momento que un riesgo
medioambiental se cernía sobre el planeta.
Si miramos a nuestro alrededor
encontramos envases plásticos envolviendo caramelos, azucarillos, sal, vinagre
o aceite en monodosis, botellas de agua de tamaños cada vez más ridículos (o más
cómodos de llevar que dirían otros), blíster de galletitas para el desayuno,
separadores para el jamón y el queso loncheado cuyo volumen iguala al del
producto que protege, coloridos plásticos que envuelven piezas de fruta o
bollería y hasta enormes pliegos de cartón y plástico que envuelven diminutos
obsequios de la prensa dominical. Una política de comodidad para con el cliente
que, ante todo, condena a la extinción a la venta a granel y llena nuestros cubos de basura
domésticos con un volumen desproporcionado de envases de un solo uso. Más del
15% del peso de nuestra basura se destina a este tipo de envases y es, sin
duda, el apartado que más volumen ocupa. En este dato hay que incluir bolsas,
botellas y garrafas, plástico de envoltorio y film alimentario, envases de
yogures y bandejas de producto cortado… De hecho, se estima que en los países
desarrollados la media mundial de residuos producidos por persona/día es de 1,2
Kg según el informe del Banco Mundial “What a
Waste: A Global Review of Solid Waste Management” y se calcula que para 2025
esta cifra se habrá incrementado en un 18%.
Cuando los residuos comienzan a ser
un problema público (por precisar, no ocurre cuando comienza a ser un problema
sino cuando la gente se da cuenta de que es un problema), la industria del
envasado recurre a algo que siempre funciona, el marketing eficiente. En
1953 un holding multimillonario de empresas
formado por The American Can Company, Owen Illinois, Philip
Morris, Anheuser-Busch, PepsiCo, y Coca-Cola fundan Keep America Beautiful, una
organización que recoge la preocupación de sus patronos fundadores por el
medioambiente y la traslada al consumidor fomentando diversas campañas de
concienciación medioambiental.
La jugada roza la perfección. Se
culpa al consumidor desaprensivo de no participar en la lucha contra la
suciedad que millones de toneladas de envases provocan en las ciudades de sus
estados. Se demoniza a quienes no luchan activamente para conseguir que ni un
solo envase quede fuera del cubo de recogida. En 1971 lanzan el que ha sido
considerado el mejor spot publicitario sobre ecología de la historia donde un
falso indio nativo americano (en realidad se trataba del actor siciliano Iron Eyes
Cody) lloraba al posar su canoa en una orilla abarrotada de basura. Tanto
efecto produjo esta promoción en las conciencias americanas que a los más
jóvenes se les arengaba diciendo que harían llorar al indio si tiraban basura a
la calle.
Hoy día, se han sumado empresas como
American Chemistry Council, Shell, McDonalds, The Clorox Company, UPS, Johnson
& Johnson, Netslé o Santa Fe Natural Tobacco Company entre otros muchos y,
todas ellas, seguramente, comparten su interés por cuidar el medioambiente.
El éxito de la iniciativa no fue
tanto poner de manifiesto un problema, que lo había, como trasladar al público
consumidor el origen del mismo. El que contamina, paga, reza la norma. Pero el
culpable se busca entre los usuarios de los envases. La pregunta acerca de cómo
podemos reciclar más sustituyó a la que
preguntaba de si era necesario usar tantos envases de un único uso y fraccionar
tanto el tamaño unitario hasta poblar los estantes con interminables tipologías de formato. La
responsabilidad maliciosa cambió de lado y los fabricantes siguieron fabricando
más y más producto, con mayor gama de tamaños, para más aplicaciones, más
coloridos. Incluso, estudios de consumo dieron origen a un envoltorio tipo
sándwich que intercalaba una fina lámina de aluminio entre dos láminas
plásticas que mantenían las propiedades del alimento y ofrecía un característico
sonido que llamaba la atención de
pequeños y adultos (y mascotas). Basta con abrir un paquete de patatas fritas
para comprobarlo. Ahora, se experimenta con sustituirlas por copolímeros de
etileno y alcohol vinílico.
Se han creado auténticas matrioskas de envoltorio donde para alcanzar una galleta debes
romper varias capas de envolvente
plástica sin capacidad de reutilización y se blindaron con normativas
reguladoras de sanidad y consumo que obligaban (esta es la palabra clave) a
garantizar las condiciones sanitarias de los alimentos, su calidad y su
inalterabilidad durante el período de consumo recomendado. Los bricks para leche,
zumos y salsas se producen por primera vez en la década de los cincuenta a
partir del descubrimiento del envase tetra
pack por parte del doctor sueco Ruben Rausing. Esta figura de cartón de forma
tetraédrica revestida de film de polietileno que desde hace años les fabrica
Repsol fue mejorada para ganar rigidez y volumen adaptándose a la forma de
ladrillo en diferentes escalas que podemos ver hoy en cualquier superficie
comercial. Si a la combinación estándar se añaden finas láminas de aluminio se
consigue que la leche sea capaz de aguantar, tras un proceso de
ultrapasteurización, hasta 180 días sin refrigeración. ¿Quién puede negarse a
esta comodidad!
La resistencia de estos envases, con un 80% de cartón,
15% de plástico y 5% de aluminio aproximadamente, han hecho que proliferen
hasta ser el envase favorito de uso doméstico. La propagación de estos
productos al resto del planeta era cuestión de tiempo. Campañas militares,
humanitarias, compañías de transporte, cadenas de restauración, lugares de
comida rápida y a domicilio…, se convierten en la forma más sencilla de
propagación. ¿Para qué perder tiempo en lavar cubiertos, vasos y platos si
puedo poner un cubo enorme a la salida del establecimiento para que tires todo
lo que haya sobre la bandeja? Y mientras, la publicidad sigue bombardeando al
usuario final. Se relativiza que se fabriquen 500 mil millones de botellas de
plástico al año (ni hablamos ya de los films de protección, las bandejitas de
productos precortados, el material para dispositivos y objetos de uso cotidiano
o industrial) mientras que se condena
moralmente a quien no separa de forma selectiva las 4 capas de polietileno, la
de aluminio y la de cartón que tiene cada envase de leche en el frigorífico. En
suma, tú, usuario doméstico final que no tienes alternativa a comprar la leche,
la salsa de tomate, el zumo o la bechamel en otro tipo de envase salvo que
decidas emplearte en el autoabastecimiento, volver a consumir en los escasos
establecimientos de venta a granel o adquirir productos gourmet que quintuplican
su precio, eres el responsable del derroche de envases que puebla tu cubo de
basura, tus calles y los puntos de tratamiento. En este punto surge un tema
clave, ¿qué hacemos ahora? Pues podemos hacer 2 cosas en el ámbito nacional más
2 adicionales en el global:
Ámbito global:
1.- Replantear nuestra escala de necesidades y crear un
marco normativo nuevo, valiente, donde
no tengan influencia los conglomerados empresariales del envase que ponga en
valor la tasa de contaminación y la huella ecológica que supone tamaño
despilfarro de recursos. Es la opción más lógica pero, lamentablemente, menos
realista.
2.- Apostar por la Ciencia y la Tecnología favoreciendo
la creación de nuevos materiales que permitan degradarse en un corto plazo de
tiempo sin oportunidad de pasar a la cadena trófica, es decir, que no acabemos
comiendo algo, que ha comido a otro algo que a su vez ha ingerido
microplásticos.
Ámbito nacional:
1.- Plantear un sistema de depósito, devolución y
retorno (SDDR) donde el consumidor paga con una fianza un préstamo del envase o
su tratamiento en caso de que no lo devuelva. Un sistema que, como ya analizaré
en otro artículo, está generando tremendas luchas en la arena política entre
sus partidarios y detractores (poderoso caballero don Dinero, que decía
Francisco de Quevedo).
2.- Mantener y engrosar un sistema de puntos SIG donde
un organismo monopolizado que representa a la mayoría de los
fabricantes de envases (en España) gestiona los más de 280000 contenedores de
recogida selectiva y mueve anualmente una cifra que ronda los 500 millones de euros por unas cuotas de
reciclado que ni siquiera son contrastables por no existir un estudio externo
que monitorice cuánto de la cantidad acopiada en los más de ocho mil
Ayuntamientos que trabajan con la empresa se acaba tratando activamente (en muchas
ocasiones, al no interesar el tipo de plástico, se procede a transportarlo a
vertedero o a incinerarlo sin pasar por planta de tratamiento pero se
contabiliza como reciclado al montarlo en el punto de recogida).
Es una responsabilidad de todos favorecer la
sostenibilidad medioambiental del planeta antes de terminar de cruzar una línea
de no retorno que ya tenemos iniciada para revertir la pésima gestión ambiental
de varias décadas. En un futuro artículo analizaremos algunas de las opciones
y trataré de arrojar luz sobre las sombras que las distintas vías de la gestión
de residuos plantean. Ya os adelanto, haciendo algo de spoiler, que el medioambiente, no es lo que más preocupa en este
asunto.
Imagen de la campaña de Keep America Beautiful:
Wikipedia: by the AD council, https://en.wikipedia.org/w/index.php?curid=12667516
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