jueves, 9 de enero de 2020

El mensaje oculto del coste ambiental de los envases


¿Qué responsabilidad tienes en el coste medioambiental de los envases?

Ya en el Neolítico el ser humano comienza a usar recipientes metálicos y cerámicos para almacenar agua o vino y transportar alimentos. Botas de piel y tejido, barriles de madera o botellas de vidrio permitían a griegos y romanos realizar sus campañas y almacenar sus provisiones no perecederas.

Imagen de Tom_Crew en Pixabay 



Habrá que esperar hasta 1795 para que Nicolas François Appert ganara un premio de 12000 francos al resolver un problema propuesto por Napoleón acerca de cómo procurar alimento de calidad a las tropas en las largas campañas bélicas. Conocedor del descubrimiento del biólogo italiano  Lazzaro Spallanzani acerca de que la cocción destruía las esporas de las bacterias de la carne ideó un sistema para calentar carnes y verduras conservándolas posteriormente de forma hermética en recipientes metálicos o de vidrio. El ilustre bacteriólogo Luis Pasteur corroboró el método científico de la conservación basándose en que los alimentos no pueden afectarse por la acción de las bacterias muertas por el calor. Bryan Donkin, ingeniero británico, encontró una forma de elevar más aún la temperatura de exposición de los alimentos introduciéndolos en latas de metal y en 1812 junto a John Hall pone en marcha la primera conservera iniciando así una industria que se mantiene hasta nuestros días y que ha sufrido modificaciones tecnológicas en sus procesos, sus materiales, su logística y, por supuesto, en su marketing.

Durante la segunda guerra mundial el metal se convierte en un bien muy valioso y se buscan alternativas en su uso alimentario. Los químicos encontraron una forma de aglutinar pequeños monómeros para formar otras moléculas más grandes y pesadas dando comienzo a la hegemonía de las resinas sintéticas, más conocidas como plásticos.

Finalizada la guerra se había construido todo un imperio industrial en torno a la producción de alimentos envasados para la guerra que fue reconducida al ámbito doméstico ampliando el surtido de productos, tamaños y usos pero nadie atisbaba en aquel momento que un riesgo medioambiental se cernía sobre el planeta.

Si miramos a nuestro alrededor encontramos envases plásticos envolviendo caramelos, azucarillos, sal, vinagre o aceite en monodosis, botellas de agua de tamaños cada vez más ridículos (o más cómodos de llevar que dirían otros), blíster de galletitas para el desayuno, separadores para el jamón y el queso loncheado cuyo volumen iguala al del producto que protege, coloridos plásticos que envuelven piezas de fruta o bollería y hasta enormes pliegos de cartón y plástico que envuelven diminutos obsequios de la prensa dominical. Una política de comodidad para con el cliente que, ante todo, condena a la extinción a la venta a  granel y llena nuestros cubos de basura domésticos con un volumen desproporcionado de envases de un solo uso. Más del 15% del peso de nuestra basura se destina a este tipo de envases y es, sin duda, el apartado que más volumen ocupa. En este dato hay que incluir bolsas, botellas y garrafas, plástico de envoltorio y film alimentario, envases de yogures y bandejas de producto cortado… De hecho, se estima que en los países desarrollados la media mundial de residuos producidos por persona/día es de 1,2 Kg  según el informe del Banco Mundial “What a Waste: A Global Review of Solid Waste Management” y se calcula que para 2025 esta cifra se habrá incrementado en un 18%.

Cuando los residuos comienzan a ser un problema público (por precisar, no ocurre cuando comienza a ser un problema sino cuando la gente se da cuenta de que es un problema), la industria del envasado recurre a algo que siempre funciona, el marketing eficiente. En 1953 un holding multimillonario de empresas formado por The American Can Company, Owen Illinois, Philip Morris, Anheuser-Busch, PepsiCo, y Coca-Cola fundan Keep America Beautiful, una organización que recoge la preocupación de sus patronos fundadores por el medioambiente y la traslada al consumidor fomentando diversas campañas de concienciación medioambiental.

La jugada roza la perfección. Se culpa al consumidor desaprensivo de no participar en la lucha contra la suciedad que millones de toneladas de envases provocan en las ciudades de sus estados. Se demoniza a quienes no luchan activamente para conseguir que ni un solo envase quede fuera del cubo de recogida. En 1971 lanzan el que ha sido considerado el mejor spot publicitario sobre ecología de la historia donde un falso indio nativo americano (en realidad se trataba del actor siciliano Iron Eyes Cody) lloraba al posar su canoa en una orilla abarrotada de basura. Tanto efecto produjo esta promoción en las conciencias americanas que a los más jóvenes se les arengaba diciendo que harían llorar al indio si tiraban basura a la calle.





Hoy día, se han sumado empresas como American Chemistry Council, Shell, McDonalds, The Clorox Company, UPS, Johnson & Johnson, Netslé o Santa Fe Natural Tobacco Company entre otros muchos y, todas ellas, seguramente, comparten su interés por cuidar el medioambiente.

El éxito de la iniciativa no fue tanto poner de manifiesto un problema, que lo había, como trasladar al público consumidor el origen del mismo. El que contamina, paga, reza la norma. Pero el culpable se busca entre los usuarios de los envases. La pregunta acerca de cómo podemos reciclar más  sustituyó a la que preguntaba de si era necesario usar tantos envases de un único uso y fraccionar tanto el tamaño unitario hasta poblar los estantes  con interminables tipologías de formato. La responsabilidad maliciosa cambió de lado y los fabricantes siguieron fabricando más y más producto, con mayor gama de tamaños, para más aplicaciones, más coloridos. Incluso, estudios de consumo dieron origen a un envoltorio tipo sándwich que intercalaba una fina lámina de aluminio entre dos láminas plásticas que mantenían las propiedades del alimento y ofrecía un característico sonido  que llamaba la atención de pequeños y adultos (y mascotas). Basta con abrir un paquete de patatas fritas para comprobarlo. Ahora, se experimenta con sustituirlas por copolímeros de etileno y alcohol vinílico. 

Se han creado auténticas matrioskas de envoltorio donde para alcanzar una galleta debes romper varias capas  de envolvente plástica sin capacidad de reutilización y se blindaron con normativas reguladoras de sanidad y consumo que obligaban (esta es la palabra clave) a garantizar las condiciones sanitarias de los alimentos, su calidad y su inalterabilidad durante el período de consumo recomendado. Los bricks para leche, zumos y salsas se producen por primera vez en la década de los cincuenta a partir del descubrimiento del envase tetra pack por parte del doctor sueco Ruben Rausing. Esta figura de cartón de forma tetraédrica revestida de film de polietileno que desde hace años les fabrica Repsol fue mejorada para ganar rigidez y volumen adaptándose a la forma de ladrillo en diferentes escalas que podemos ver hoy en cualquier superficie comercial. Si a la combinación estándar se añaden finas láminas de aluminio se consigue que la leche sea capaz de aguantar, tras un proceso de ultrapasteurización, hasta 180 días sin refrigeración. ¿Quién puede negarse a esta comodidad!

La resistencia de estos envases, con un 80% de cartón, 15% de plástico y 5% de aluminio aproximadamente, han hecho que proliferen hasta ser el envase favorito de uso doméstico. La propagación de estos productos al resto del planeta era cuestión de tiempo. Campañas militares, humanitarias, compañías de transporte, cadenas de restauración, lugares de comida rápida y a domicilio…, se convierten en la forma más sencilla de propagación. ¿Para qué perder tiempo en lavar cubiertos, vasos y platos si puedo poner un cubo enorme a la salida del establecimiento para que tires todo lo que haya sobre la bandeja? Y mientras, la publicidad sigue bombardeando al usuario final. Se relativiza que se fabriquen 500 mil millones de botellas de plástico al año (ni hablamos ya de los films de protección, las bandejitas de productos precortados, el material para dispositivos y objetos de uso cotidiano o industrial)  mientras que se condena moralmente a quien no separa de forma selectiva las 4 capas de polietileno, la de aluminio y la de cartón que tiene cada envase de leche en el frigorífico. En suma, tú, usuario doméstico final que no tienes alternativa a comprar la leche, la salsa de tomate, el zumo o la bechamel en otro tipo de envase salvo que decidas emplearte en el autoabastecimiento, volver a consumir en los escasos establecimientos de venta a granel o adquirir productos gourmet que quintuplican su precio, eres el responsable del derroche de envases que puebla tu cubo de basura, tus calles y los puntos de tratamiento. En este punto surge un tema clave, ¿qué hacemos ahora? Pues podemos hacer 2 cosas en el ámbito nacional más 2 adicionales en el global:

Ámbito global:

1.- Replantear nuestra escala de necesidades y crear un marco normativo nuevo, valiente,  donde no tengan influencia los conglomerados empresariales del envase que ponga en valor la tasa de contaminación y la huella ecológica que supone tamaño despilfarro de recursos. Es la opción más lógica pero, lamentablemente, menos realista.

2.- Apostar por la Ciencia y la Tecnología favoreciendo la creación de nuevos materiales que permitan degradarse en un corto plazo de tiempo sin oportunidad de pasar a la cadena trófica, es decir, que no acabemos comiendo algo, que ha comido a otro algo que a su vez ha ingerido microplásticos.

Ámbito nacional:

1.- Plantear un sistema de depósito, devolución y retorno (SDDR) donde el consumidor paga con una fianza un préstamo del envase o su tratamiento en caso de que no lo devuelva. Un sistema que, como ya analizaré en otro artículo, está generando tremendas luchas en la arena política entre sus partidarios y detractores (poderoso caballero don Dinero, que decía Francisco de Quevedo).

2.- Mantener y engrosar un sistema de puntos SIG donde un organismo monopolizado que representa a la mayoría de los fabricantes de envases (en España) gestiona los más de 280000 contenedores de recogida selectiva y mueve anualmente una cifra que ronda  los 500 millones de euros por unas cuotas de reciclado que ni siquiera son contrastables por no existir un estudio externo que monitorice cuánto de la cantidad acopiada en los más de ocho mil Ayuntamientos que trabajan con la empresa se acaba tratando activamente (en muchas ocasiones, al no interesar el tipo de plástico, se procede a transportarlo a vertedero o a incinerarlo sin pasar por planta de tratamiento pero se contabiliza como reciclado al montarlo en el punto de recogida).

Es una responsabilidad de todos favorecer la sostenibilidad medioambiental del planeta antes de terminar de cruzar una línea de no retorno que ya tenemos iniciada para revertir la pésima gestión ambiental de varias décadas. En un futuro artículo analizaremos algunas de las opciones y trataré de arrojar luz sobre las sombras que las distintas vías de la gestión de residuos plantean. Ya os adelanto, haciendo algo de spoiler, que el medioambiente, no es lo que más preocupa en este asunto.




Imagen de la campaña de Keep America Beautiful:
Wikipedia: by the AD council, https://en.wikipedia.org/w/index.php?curid=12667516


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Estés o no de acuerdo conmigo, estoy seguro de que encontrarás la forma de comentar con respeto y buen talante.