Desde que el ser humano comenzara a cuantificar su entorno
se hizo necesario establecer un método de referenciar las unidades con respecto
a un patrón de medida que habría de ser común para quienes interactuaran.
Conocer el número de cabezas de ganado, el volumen de vino producido, la
extensión de una parcela, la cantidad de algodón recogida o el tiempo que
tardaba un fruto en madurar… Era más imperioso, si cabe, contar que escribir. Dicen
los especialistas que el ser humano es capaz de reconocer, sin haber recibido
un aprendizaje previo, hasta 4 elementos pero a partir de ahí un método de
conteo se hace imprescindible. El conocimiento del propio cuerpo sirvió para
crear un grupo de patrones iniciales con los que comparar la magnitud a contar
pero recoger la medida era otro cantar bien distinto. Cómo recordar el número
de ovejas o el peso de la carne o saber si se incurre en pérdidas en una
transacción comercial requería de una notación matemática para la que nuestro
cerebro, por cierto, tiene aptitudes innatas. No bastaba con hacer grupos de
líneas verticales y horizontales, marcas en tablillas o troncos o agrupar
cantos rodados cuando se trataba de grandes cifras. Las distintas
civilizaciones establecieron sistemas de numeración acordes a su nivel de
desarrollo creando así sistemas de carácter aditivo, multiplicativo, híbridos y
los utilísimos posicionales.
Escritura cuneiforme (Origen Wikipedia) |
Los primeros consistían en la acumulación de cifras hasta
alcanzar el valor deseado pero, al basarse en símbolos y pictogramas, se podían
colocar en el orden y posición que se antojara, sin establecerse unas
prioridades. Tal es el clásico sistema egipcio, sumerio, azteca, griego o
romano entre otros. Nótese que en este la modularidad del sistema emplea la X,
nuestro número 10, como base de operación, evidentemente, por comparación con
el sistema de conteo manual donde se emplean los diez dedos de las manos. Esto
no ha de resultarnos extraño dado que otras civilizaciones han empleado
multiplicadores similares, como los mayas o los aztecas que contaban en grupos
de 20 (dedos de pies y manos) y ha trascendido hasta nuestros días (en francés
80 se lee quatre-vingts o cuatro
veces veinte como vestigio de aquel sistema vigesimal).
En el multiplicativo el valor absoluto del número se obtiene por la
multiplicación sucesiva de cada cifra componente por uno o varios valores
dados. Así, si se desease calcular el número 300 bastaría con colocar 5 veces
un lote de 60 unidades (la base preferida por los sumerios en sus tratados de
escritura cuneiforme). Nótese que este sistema no puede extenderse de manera
general en forma pura ya que no podrían representarse los números primos que solo
son múltiplos de sí mismos y de la unidad por lo que habría de efectuarse la
suma de los productos obtenidos para alcanzar el valor final del número objetivo
al estilo híbrido. Esto números primos extienden su propiedad trascendente al
resto de bases numéricas.
En el híbrido bastaba incorporar ambos sistemas
prescindiendo del cero ya que no era necesario. El número 305 era fácilmente
reproducible agrupando 5 lotes de 60 (multiplicativo) y adicionando 5 unidades.
Los chinos, allá por el 1500 a.C. ya empleaban un sistema
decimal que identificaba cifras con
ideogramas exentos del cero (es decir, no tenían cifras 0-9 sino cifras
1-10 y sus multiplicadores) pero contaban con el inconveniente de la posición.
Una cifra leída en un orden incorrecto
daría al traste con todo el método por lo que el lector había de conocer el
método de notación empleado por el autor. Pero el potencial matemático de los
chinos se vio influenciado por los árabes quienes, a su vez, bebieron de los
conocimientos hindúes, los auténticos líderes del conteo. Hacia el siglo VIII introdujeron
el valor cero que, aunque había aparecido en manuscritos y papiros de algunos
textos griegos, babilónicos y egipcios en concepto de ausencia de cantidad, no
se habían hecho populares al no haberles proporcionado el valor decuplicador que
le hace tan necesario en los sistemas posicionales apenas le sirvió para
imponerse como un sistema definitivo.
Los sistemas posicionales resultaron ser mucho más
eficientes a la hora de recoger cifras elevadas ya que la posición del número iba
asociada a un multiplicador definido por la base (la mínima cantidad de
símbolos necesarios para representar cualquier número en dicho sistema). Algunos
códices recogen sistemas posicionales que no prosperaron por carecer de
símbolos unívocos para cada número de tal forma que la repetición de la unidad
o la decena servía para alcanzar la cifra deseada (recuérdese cómo la “I” de
origen etrusco servía para representar en los números romanos por duplicación
desde el 1 hasta el 3). Si quisiéramos representar en un sistema posicional la
cifra 347 bastaría con asignar al 7 las unidades, el 4 a las decenas y el 3 a las
centenas, esto ya lo sabían los hindúes desde hace más de 2200 años pero, ¿y si
habláramos del 307? Ahora se hace imprescindible hablar de “la nada” porque
carecemos de decenas y no basta con no escribirlas pues al ser posicional el
3_7 podría identificarse con el 37 y alterar el valor de la cifra. Aquí es
donde interviene la genialidad de algún matemático hindú que crea un guarismo para la ausencia de
cantidad, el cero que hoy conocemos.
Escoger la base adecuada para un sistema permite optimizar
el trabajo con sus cifras y ello acortará los procesos de cálculo que se
realicen. Para la mayoría de las aplicaciones ordinarias, el sistema decimal (0
a 9) es suficiente y ya estamos acostumbrados a desarrollar complejas
operaciones con sus guarismos. Sin embargo resulta poco práctico para trabajar
con entes tecnológicos que trabajan con dos cifras o bits, 0 y 1. En este
sistema los pesos son 1, 2, 4, 8, 16, 32,…, que se corresponden con las
potencias 0, 1, 2, 3…, de 2 (identificador de la base). Los pesos fraccionarios
corresponden a las potencias -1, -2, -3, -4…, en la misma base 2 (obteniéndose
1/2, 1/4, 1/8 …).
El sistema octal y hexadecimal por su parte resultan
extraordinariamente prácticos para el tratamiento de la información digital en
la que suelen emplearse números de ocho y dieciséis elementos binarios. El
primero emplea una base de 8 dígitos (0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7) y es empleado en
el trabajo de computación empaquetando grupos de 8 bits en lo que se conoce
como bytes de información que es una unidad estándar en el almacenamiento de
datos y en el tráfico de Internet aunque, con el avance de la tecnología, con
múltiplos cada vez mayores:
Kilobyte = X 1000 bytes
Megabyte = X 1000 000 bytes
Gigabyte = X 1000 000 000 bytes
Terabyte = X 1000 000 000 000 bytes
Petabyte = X 1000 000 000 000 000 bytes
Exabyte = X 1000 000 000 000 000 000 bytes
Zattabyte = X 1000 000 000 000 000 000 000 bytes
Yottabyte = X 1000 000 000 000 000 000 000 000 bytes
La base hexadecimal cuenta con 16 cifras, 10 de ellos
decimales y 6 literales (0,1,2,3,4,5,6,7,8,9,A,B,C,D,E,F). Es muy usado en el
campo de los microprocesadores. Si pretendemos programar uno de estos
dispositivos podríamos hacer uso del lenguaje C para crear un código que le dará órdenes a nuestro circuito
programable integrado. Al compilar el algoritmo se generará un archivo de
extensión .hex que corresponde al sistema hexadecimal. Pero no es exclusivo de
la programación el uso de este sistema de numeración. Si usamos algún programa
de edición fotográfica, o tenemos una tejedora CNC o, simplemente, vamos a la
tienda a comprar una referencia de pintura, encontraremos el código RGB (red,
green, blue) cuyos valores se
identifican con una terna de números hexadecimales con el formato fraccionado
#RRGGBB siendo RR el código de rojo, el GG el de color verde y el BB el del
azul. La gama oscila desde un valor 00 (nulo) hasta el 255 decimal que se
corresponde con el FF hexadecimal. Cuanto más intenso es el color pretendido,
mayor será su número representativo y mayor peso acabará teniendo en la mezcla.
Y después de lo dicho parece que cualquiera pudiera
inventarse un sistema de numeración.
Pues sí, en efecto.
Pongamos que queremos inventar nuestro propio y personal
sistema de numeración. Comenzaremos escogiendo la base en la que queremos
trabajar evitando las tradicionales así que escogeremos, por ejemplo, la base
5. Ahora toca saber cuáles serán los números asociados a nuestro sistema (0, 1,
2, 3, 4). Y fíjate que ya tenemos lo más difícil hecho. Ahora, podremos obtener
cualquier número con tan sólo multiplicar las unidades por las distintas
potencias de 5. Si, por ejemplo tuviéramos el número 321 en base decimal, podríamos
convertirlo a base 5 con tan sólo evaluar los restos de dividir sucesivas veces
el número decimal entre la base hasta no poder seguir dividiendo.
Esto resulta el número 2241|5
Y no sólo eso, podríamos haber inventado nuestros propios
guarismos para cada uno de los números asociados a nuestra base numérica. Si,
por ejemplo, usáramos una bola de color para cada uno tendríamos:
¿Y si tuviera decimales?
Vamos a ello.
Partamos del número decimal
321,583 y, dado que ya tenemos cómo se realiza la parte entera,
centrémonos ahora en la fraccionaria. Para obtener una precisión de 4 cifras
multiplicaremos por la base la parte decimal hasta en 4 ocasiones reservando la
parte entera en cada paso. Hay que poner atención al sentido de lectura pues se
invierte con respecto al anterior de la parte entera.
Esto resulta el número 0,2434|5
Y siguiendo con nuestros coloridos guarismos
Autor: Prof. Javier Luque.
Bibliografía.
Masini Giancarlo.- El romance de los números, historia
ilustrada de las matemáticas
Casado Santiago.- Los sistemas de numeración a lo largo
de la historia
Renno M.
Samer .- Contributions to civilizations, the origin of the numeral system
Carrillo Z. Ricardo .- Historia de los números,
matemática on-line
Ribnikov, K, Historia de las matemáticas.
Georges Ifrah. The Universal History of Numbers
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