domingo, 8 de marzo de 2020

Universidad: ¿mejor generalista o especialista?


Durante mi etapa de estudiante, incluso en la universidad, mi plan de estudios no contaba con la opción de escoger materias salvo las que se presentaban como divergentes: letras o ciencias. Esta decisión se tomaba en tercero de BUP (el actual primero de bachillerato) y ya no tenías que pensar más hasta elegir tu carrera tras realizar la Selectividad. Luego, una vez aceptado en la carrera en cuestión, en mi caso fue una ingeniería, solo tuve que estudiar, estudiar y estudiar hasta presentar el proyecto de fin de carrera. Y ya está, sin optativas, sin itinerarios, sin capacidad para escapar de “asignaturas hueso” y engrosando las listas de matriculados cuyos nombres (y a veces destino) compartíamos a lo largo de un acta de evaluación de una decena de folios. 

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Era como en el dicho de las lentejas: si quieres las comes y, si no, para la siguiente convocatoria (o algo así). ¿Era mejor entonces que ahora? Pues depende de lo que se busque. 

Ahora se ofrece una batería de optativas a estudiantes de corta edad que difícilmente pueden desvincular una materia y la cara de quien la imparte. Y esto no es bueno. He visto alumnos que han llegado a odiar materias por la alta carga de trabajo y el tiempo que les obligaba a invertir o por todo lo contrario, por sentir que perdían el tiempo (depende, claro, del perfil de estudiante). En igualdad de condiciones, por una “ley de mínimo esfuerzo” que no he visto sino aumentar con el paso de los años, se han venido abrazando con pasión aquellas asignaturas que podían aprobarse a costa de debates, visionado de películas y trabajos (cosa muy respetable si todo está bien programado y contextualizado pero que parece algo escaso en materias que, a tenor de su currículo, aparentan tener más calado, las que no pueden englobarse en esas “Marías” que tanto repelús me han causado como alumno aunque en mi rama, no sé si por desgracia o por suerte, he visto pocas). 

Cada año, por primavera, estudiantes de cursos terminales me preguntan por sus futuros itinerarios (es por ello que hice esta entrada que recogí en este blog) y no faltan los que ya inmersos en la corriente universitaria (normalmente de ramas científicas y técnicas por mi perfil) me preguntan por esa bifurcación: “Y ahora ¿generalista o me especializo? 

La respuesta no es tan sencilla como puede parecer así que voy a intentar justificarla. 

Respuesta corta: generalista. 
Respuesta larga: generalista con matices. 

El mercado laboral que vivimos ahora no es el mismo de hace dos décadas ni será el mismo de aquí a otras dos. Por supuesto la inmediatez, la variabilidad de un mercado global, la falta de confianza en la individualidad, la mejora continua, la adaptabilidad de producto, la deslocalización del trabajo, la ausencia de fidelidad corporativa (bidireccionalmente entendida entre empleado y empresa), la atomización de puestos en las grandes corporaciones que llega a la confusión y solape de funciones y atribuciones, la reducción de los plazos de entrega, el aumento exponencial de los requisitos de satisfacción del cliente y la burocracia administrativa (sí, también en la empresa privada camuflada en forma de certificaciones ISO y protocolos de calidad, gestión, inspección, certificación, actuación, logística, almacenaje, trazabilidad…) ha cambiado el escenario de trabajo para quienes acaban de terminar (ni hablamos ya de lo que ocurrirá en próximas fechas). 

Desde el punto de vista de la empresa, sobre todo en algunos sectores, podría parecer mucho más interesante contar con personal superespecializado, auténticos expertos en su campo que destaquen y sobresalgan de los demás logrando lo que la competencia no puede. Esto, sin embargo, es un arma de doble filo pues ser sobresaliente en alguna disciplina es un reclamo para todas las empresas que participan de la misma en su beneficio. ¿Estaría la empresa dispuesta a mejorar las condiciones económicas y laborales habituales? ¿A permitir la conciliación familiar? ¿A garantizar una estabilidad? ¿A proponer vías de promoción…? Supongamos que sí, que el candidato es tan importante que merece la pena tenerlo entre algodones. Siempre existirá la incertidumbre de si el vecino mejorará la oferta. Y ¿qué ocurre si se invierte tanto en un puesto y luego se cambia el procedimiento de trabajo? ¿O los productos? ¿O se decide invertir en otro sector estratégico? Pues que la empresa tendría un experto expertísimo en una materia que, en el mejor de los casos, tendría que empezar de cero en un campo nuevo donde ya no está tan claro que pueda mantener sus triunfos. 

Desde el punto de vista del individuo está claro que la perspectiva es bien distinta pues el sector, aquí, es crítico. Si hablamos de un experto en una rama de medicina es posible que ese estatus lo consiga mantener durante largo tiempo si no pierde la opción de renovarse o, quizá, sea quien forme a otros manteniéndose así actualizado. Pero supongamos un ingeniero especializado en motores de combustión. Se da por sentado que tendrá conocimientos avanzados de mecánica, como otros muchos pero vayamos un paso más allá y supongamos que es realmente excepcional en el diseño, calibrado, y optimización de estos motores. Las empresas actuales del sector estarían pujando una fortuna por cederle un asiento en la empresa pero ¿qué pasará dentro de quince años si esa persona, aún en plenas facultades laborales, se encuentra con un mercado que ha abandonado la inversión en nuevos motores de combustión por otros eléctricos o de cualquier otra tecnología? ¿Qué ocurriría a un programador experto en un lenguaje que de la noche a la mañana queda obsoleto? Podría reciclarse, claro, pero empezaría donde otros recién entrados al mercado laboral ya se encuentran teniendo en cuenta que han llegado con la formación más puntera y novedosa que podía ofrecer el sistema educativo (esto da para otro artículo en sí mismo). Habrían perdido una ventaja competitiva enorme. Mientras, un generalista quizá no hubiera destacado en el proceso de recruiting pero habría metido la cabeza en la empresa y habría sido incorporado al departamento que en ese momento le hubiese necesitado. Al ser generalista no gozará (o no tiene por qué) de dominar un campo determinado pero tendrá una visión de conjunto y estará adiestrado para aprender rápido. Su versatilidad es su mayor baza. Se trata de un activo flexible y adaptativo que podrá evolucionar paralelamente a como lo haga su trabajo, su departamento, su división o la línea estratégica de su empresa. 

Cada vez surgen nuevos paradigmas laborales que requieren ser abordados desde nuevos frentes. Los especialistas deberán cuidar mucho su zona de confort y los generalistas mostrarse ágiles a la hora de tomar decisiones. 

Hoy por hoy (si mañana me preguntas, igual he cambiado de idea), si tienes un rendimiento académico normal y vas a estudiar una carrera, te recomiendo un grado generalista que te asegure una titulación y conocimientos de base a corto plazo. Una vez se concluya esta etapa será el momento de levantar la cabeza y mirar hacia dónde soplan los vientos y será en ese momento cuando se deba escoger con mimo un máster, una intensificación o una segunda titulación que cuente con buena reputación y te asegure contar con conocimientos de primer nivel en las dinámicas de mercado que en ese momento se estén produciendo. Igual luego encuentras una vocación académica o investigadora y te interesa adentrarte en un doctorado o para entonces el planeta se ha contagiado de la filosofía de reclutamiento de las megacompañías tecnológicas y valoran más la potencialidad de la persona que su titulación.

Antes he dicho “si tienes un rendimiento académico normal” y hago esta apreciación porque si eres un genio no debe preocuparte tanto tu elección ya que destacarás hagas lo que hagas y siempre habrá una cuota mínima reservada para ese grupo selecto de mentes privilegiadas incluso en especialidades que puedan parecer “a extinguir”. En este caso mi recomendación es que antes de ser captado por una empresa que te estruje para beneficiarse de tus conocimientos te plantees hasta qué punto te puede resultar interesante aprovechar esa capacidad para tomar las riendas de tu futuro sentado en la silla de CEO de tu propia empresa.


Autor: Prof. JAVIER LUQUE 




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