"Be water my friend" era el eslogan de un mítico anuncio de la firma BMW que acabó formando parte del vocabulario adolescente de mediados de la primera década de este siglo. Un apasionado Bruce Lee aparecía en la última entrevista televisiva que concedería antes de su muerte explicando cómo este principio taoísta del wu-wei (o principio de acción no forzado) se podía aplicar tanto a una técnica de combate como a la propia vida.

El concepto enfrenta dos realidades sociales que condicionan la forma en que vivimos. Por un lado, un perfil sólido y encorsetado, donde todo es regulado y medido, invariante en el tiempo, que proporciona una falsa sensación de seguridad y que, precisamente por esa rigidez, resulta tan frágil. A este modelo se enfrenta una realidad cambiante, flexible, líquida, donde nada se da por sentado, donde la única constante es la propia incertidumbre y el azar entra como variable destacada en un juego donde la adaptatividad frente a un medio en evolución es la única estrategia válida.
En estas últimas fechas la educación ha pasado de ser una realidad sólida basada en la premisa de la presencialidad a transmutarse en un formato líquido arrastrando a todas sus variables consigo.
En muchas aportaciones, totalmente prescindibles, por cierto, de periodistas desinformados en distintos medios digitales se confunden dos términos que poco tienen que ver y se usan de forma indistinta creando una distorsión de la realidad. Una cosa es hablar de clases online y otra de educación no presencial (o educación a distancia). En esta última se organiza la materia de forma tal que los contenidos, las actividades, las prácticas y las pruebas de evaluación se diseñan para que sean fácilmente desarrolladas por los estudiantes sin necesidad de contar físicamente con el docente, que se encarga de guiar el proceso, resolver las dudas, crear y curar los contenidos necesarios, calificar y evaluar (que no es lo mismo) y, por supuesto, gestionar las aulas virtuales.
En la situación actual, los docentes que veníamos empleando las TIC como herramienta habitual de trabajo, hemos tenido que implementar las clases online como un recurso añadido y necesario para sustituir la figura presencial pero el formato de la materia, apenas ha cambiado por lo que no puede hablarse de estar llevando a cabo una verdadera educación a distancia. Aun así, esta situación resulta menos problemática que la que se presenta en aquellos casos en los que la metodología utilizada venía requiriendo de la figura física del profesor (ya sea por falta de medios técnicos, falta de formación, falta de motivación, por tratarse de una franja de edad incompatible con el autoaprendizaje, por un perfil de alumnado que desaconsejaba su uso o por cualquier otro motivo).
En este caso la transformación puede ser más dramática por distintas razones. Lo atropellado de la puesta en marcha ha llevado asociada la rápida elección de las herramientas adecuadas a emplear. Escoger qué se usará de entre un universo de recursos que hay que filtrar selectivamente tras informarse de cada uno para, posteriormente, pasar a instalar, configurar, ensayar y escoger o descartar cualquier aplicación, lleva un tiempo considerable. Además, el equipo educativo tendrá que ponerse de acuerdo para no ofrecer al estudiante una plétora de aplicaciones que no harán sino confundir y estresar a las familias (sí, a las familias en general porque, el malestar de los muchachos, no se reduce solo a ellos).
El cambio de filosofía a la hora de preparar los contenidos conlleva emplear largo tiempo en autoformación, para manejar con éxito las herramientas que permitan adaptar el temario a esta nueva realidad digital y en tutorización formativa a los estudiantes quienes encontrarán dudas en su uso, tendrán que hacerse a la interfaz de cada nuevo programa, hallarán dificultades varias en su uso...
Otro hándicap habitual se presenta al darnos cuenta de que no puede darse de idéntica forma algo que se explicaría con clase magistral, realizando dibujos en la pizarra, analizando una figura deportiva en el gimnasio, interpretando una partitura, empleando exposiciones de los estudiantes, realizando un proyecto de taller o realizando una yincana de preguntas en un aula que a través de una pantalla de ordenador, tableta o, incluso, móvil.
En ambos casos de clases online se ha reinventado la materia en un tiempo récord y, como ya he mencionado en algún artículo anterior, ha sido gracias a la exclusiva profesionalidad de aquellos docentes implicados que han aportado sus propios recursos y han hipotecado su tiempo familiar para lograrlo. Esto ha supuesto un cambio de paradigma para unos nuevos teletrabajadores que nos hemos incorporado a esta dinámica con más errores que aciertos y sin ningún tipo de ayuda previa, fundamentalmente, porque esta modalidad de trabajo-desde-casa no se contemplaba de ninguna manera en este sector (salvo las líneas dedicadas en exclusiva a esta modalidad). Como no es difícil imaginar, anticiparnos a los problemas, nunca ha sido una prioridad para nadie con decisión en la empresa educativa.
La prestigiosa revista The Lancet recogió en su edición del 20 de marzo un estudio recopilatorio de otros tantos que habían evaluado el factor psicológico que experimentaban los ciudadanos al verse obligados a vivir en confinamiento. Estados de confusión, ira o, incluso, estrés postraumático eran algunas de las consecuencias que se veían agravadas con el incremento del tiempo de confinamiento.
Desde una perspectiva laboral los síntomas se agravan por el estrés adicional de tener que afrontar, sin los medios adecuados, una acción de trabajo determinada. No es el caso de los que ahora se llaman freelance, que son los autónomos de toda la vida pero que, por alguna razón, se les asocia al «trabajador-en-casa», porque son profesionales que han adaptado su trabajo a una dinámica diferente, con medios adecuados a la actividad que desarrollan.
La mayoría de los docentes, por el contrario, han pasado a esta fase líquida sin tiempo para reflexionar sobre la forma en que deben afrontar este nuevo período. No han podido madurar la idea ni pensar en los pros y los contras de su nueva faceta laboral. Apenas han tenido tiempo de digerir la idea de que se ha cambiado el objetivo, de que el formato de evaluación es distinto, que no tiene sentido pedir la libreta, que no hay forma humana de controlar la autoría de las actividades y trabajos, que habrá problemas técnicos que exceden nuestras capacidades (y obligaciones), que habrá que idear una nueva forma de asegurar el derecho a la educación, la atención a la diversidad, la consecución de esas pretendidas competencias clave. Que habrá que seguir luchando por evitar las desigualdades y contribuir como se pueda a reducir esa brecha digital que esconde aquella brecha social que comentaba en otro artículo.
Estos nuevos trabajadores-desde-casa han adaptado de forma excesivamente flexible su jornada entendiendo que lo importante es que se cumplan los objetivos y obviando aspectos que atañen a su propia salud.
Se parte de la premisa de que, al trabajar en casa, uno se puede organizar a su manera y no hay que hacer caso del reloj y ahí es donde se comete el primer error. No tener forma de medir el tiempo implica no tener un horario y ello lleva a no ser capaz de contabilizar cuánto tiempo se le ha dedicado al trabajo. Eso no es teletrabajo, es no dejar nunca de trabajar.
Ese tiempo líquido se adapta a nosotros pero también nos esclaviza. Acabamos desarrollando nuestra jornada al tiempo que atendemos reuniones virtuales varias, respondemos correos y mensajes a horas intempestivas, rellenamos informes en cualquier hueco que se nos presenta, programamos las actividades en fin de semana para colgarlas el lunes beneficiando la organización del alumnado, buscamos contenidos y grabamos tutoriales en la sobremesa, corregimos desde la tableta mientras nuestro hijo no para de cantar la canción de la Patrulla Canina... No admitiríamos ese ritmo en condiciones normales pero nos lo autoimponemos. Ese tiempo líquido nos engaña haciéndonos creer que el teletrabajo nos deja tiempo para flexibilizar nuestra situación ya que podemos organizarnos para ir a la compra, preparar la comida, recoger la casa, atender a los pequeños... pero lo que acabo de relatar no es flexibilizar el trabajo, es trabajar en multitarea, trabajar de más, solapando actividades que impiden la desconexión, obligando a llevar el móvil encima para estar pendiente de cada nueva notificación.
Incluso el seguimiento habitual de nuestra actividad digital llega a suponer un esfuerzo agotador. Ese tiempo líquido permea nuestra jornada, nos ata a ella y la distribuye entre las horas que permanecemos despiertos.
Todavía tardaremos en ver las secuelas de esta cuarentena pero está claro que esta situación ha marcado un antes y un después, también, a nivel educativo. Retomar la actividad en todos los ámbitos y sectores atiende más a una necesidad imperiosa de sostener un sistema del bienestar que a criterios de seguridad sanitaria y, por ello, no debe olvidarse que los centros de educación seguirán siendo lugares con un altísimo número de vectores de contagio.
Conciliar adecuadamente estas medidas de teletrabajo y de presencialidad en proporciones razonables sería una opción, no ideal, pero sí menos mala que cualquier otra. Sin embargo, los docentes, tendremos que variar el planteamiento de raíz y la administración educativa tener claro que la medidas que se adopten deberán ser para un curso completo. En otro caso, volveremos al parche, a las medidas aparentes, a unas clases online que se alejarán de una normalidad educativa, a favorecer el desconcierto de las familias y el estrés de los estudiantes, a confundir aprobar con aprender y pasar de curso con éxito académico.
Por nuestra parte, los docentes, seguiremos estirando ese tiempo líquido en beneficio de nuestros estudiantes esperando que las medidas que se adopten de aquí en adelante, por una vez, estén centradas en el beneficio estos pero basadas en la realidad de los centros.
Prof. Javier Luque.
Imagen cabecera: Jarkko Mänty / https://pixabay.com/es/illustrations/tiempo-potencia-reloj-canal-1503021/
Así es la realidad que vivimos los profesores cada día, preocupados porque nuestros alumnos sean capaces de seguir la materia de la manera más digna posible sin olvidar que hay que trabajar, esforzarse y merecer ese aprobado tan buscado y solicitado últimamente.
ResponderEliminarPero está claro que lo que más preocupa es cómo va a gestionar la administración educativa el próximo curso que comienza en breve. Falta sólo un mes para acabar este curso y aún no ha explicado cuál va a ser la manera y los medios de los que dispondremos los profesores para trabajar en septiembre.
Este tsunami que ha tambaleado el Sistema Educativo ha conseguido en un día hacer desaparecer una metodología de trabajo en la que muchos nos sentíamos cómodos y seguros, el salir de nuestra zona de confort de la que nos han sacado de un brusco empujón, nos ha sometido a un nivel de estrés, que en muchos casos nos ha servido para avanzar con el fin de atender a nuestro alumnado como se merece. Pero como dice Javier el parche ya está puesto para este curso, creo que estamos terminándolo dignamente, pero después del esfuerzo del profesorado, alumnado y familias, merecemos una planificación sería del siguiente curso y no una nueva improvisación, aunque sinceramente no albergo ninguna esperanza en ello.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo contigo, Guillermo. Javier ha hecho una radiografía lúcida y realista de la situación que nos ha tocado vivir, de los errores y algún acierto que hemos logrado en estos meses. Comparto vuestra visión "parchista" y no tengo muchas esperanzas en que el curso que viene mejore la cosa mientras que las decisiones no las tomen docentes que saben cómo funciona el sistema y qué ideas se pueden implementar y cuáles son, sencillamente, inasumibles.
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