domingo, 3 de enero de 2021

FLIPPED CLASSROOM SÍ, PERO NO DE CUALQUIER MANERA.


¿Nunca te ha ocurrido que llevabas tiempo haciendo algo en tu trabajo sin darle mayor importancia hasta que un día alguien le pone un nombre con gancho, le añade unas siglas rimbombantes cargadas de simbolismo y empaque y se convierte en un bum que revoluciona todo lo que te rodea y de lo que habla todo el mundo?



Bueno, contado así, a mí tampoco pero sí que es cierto que cuando se acuñó el término flipped classroom, allá por 2007, a partir de la práctica de dos profesores de Colorado, en Estados Unidos, Jonathan Bergmann y Aaron Sams, muchos ya jugueteábamos con nuevas técnicas metodológicas que ayudaran a nuestros estudiantes a percibir las clases como algo mucho más profundo que memorizar una serie de contenidos y realizar una colección de problemas.

Seguro que muchos de los que estáis leyendo este artículo desde la trinchera educativa, sobre todo si ya tenéis cierta edad, ya habíais desarrollado contenidos donde el punto de partida era que los estudiantes localizaran en casa cierta información que introdujera el tema. Probablemente, habríais pedido que, bien en grupo o bien de forma individual, presentaran a los demás de una forma original lo que habían encontrado y atendieran a las preguntas que pudieran hacerles al finalizar la exposición. Es posible que siguierais con la elaboración de una batería de preguntas o colección de actividades que relacionaran su centro de interés con la temática que se estaba estudiando (veamos por qué cambiamos de plato y piñón al subir una cuesta con una bici antes de calcular una relación de transmisión) y que ofrecierais materiales adicionales (fotocopias, vídeos, documentales...) para que en casa los trabajaran. Por supuesto, en cualquier momento surgirían dudas (y ahí estaríais vosotros para despejarlas) o habría caminos cortados que impedirían avanzar en la resolución de las actividades (y volveríais a estar al quite para reconducir la investigación y dar la pista exacta que se antojaba necesaria). En algún momento, el nivel excedería las posibilidades del autoaprendizaje que se presupone a cada grupo y sería el momento de aportar una breve explicación magistral.

Como se trataba de encontrar la manera de que cada cual fuera alcanzado el objetivo marcado a su ritmo, en función de sus características individuales, interesaba conocer el avance de cada estudiante para detectar desviaciones sobre lo esperado, eliminar asimetrías en la carga de trabajo y aportar valor a cada fase. Seguro que encontrasteis la manera de medir el rendimiento de cada parte y esto lo habríais medido con exámenes, preguntando en clase, valorando las respuestas que daban en la exposición pública a las preguntas del resto del grupo... Quizá, para ayudar a la mera observación, diseñasteis una tabla en papel o en un documento de texto o en una hoja de cálculo para que de una forma mucho más rápida asignaseis a una serie de items que considerabais más importantes una valoración simple, cualitativa o numérica, que os permitiera más adelante explicar a cada cual cuáles habían sido sus puntos fuertes y sus debilidades con la idea, siempre, de que mejoraran desde donde se encontraban. Puede que incluso preguntarais al grupo qué les habían parecido las presentaciones de los demás teniendo en cuenta esta opinión para la nota final y qué les había parecido la forma en que habíais abordado la unidad.

Bien pues, si todo esto o una buena parte está en tu memoria desde antes de que Bergmann y Sams definieran un nombre pegadizo para lo que estabas haciendo, ya estabas «flipeando» tu clase. Es más, la estabas integrando con otras estrategias metodológicas que fomentaban la investigación de soluciones a problemas planteados desde una perspectiva integradora y cooperativa. Incluso estabais apostando por una evaluación plural con matices de coevaluación y heteroevaluación. Con más o menos recursos digitales, con más o menos rotundidad y, seguro, con escasas herramientas (en comparación con todas las que tenemos hoy) tu aula estaba empezando a invertirse.

Como ocurre con otras muchas prácticas que se acaban convirtiendo en una moda, se comienza con un ideal de trabajo que persigue unos objetivos claros, poco ambiciosos pero alcanzables, para pasar, casi de un día para otro, a pretender cambiar el universo educativo a golpe de tecnología. No se puede sentar sentencia cuando se habla de metodologías pues todo es relativo y la misma dinámica de trabajo, con el mismo docente, podrá tener diferentes resultados en dos grupos de, aparentemente, similares características. Ni que decir, entonces, de qué ocurrirá cuando cambiemos de centro, de etapa educativa, de equipo educativo, de país, de nivel sociocultural de las familias... 

Con la idea de invertir el aula se ha llegado en no pocas ocasiones a pervertir el sentido mismo del método creo que más por desconocimiento que por interés cierto. Podemos llamarlo como queramos y podemos alcanzar la inversión de muchas formas pero no podemos perder de vista unos objetivos muy claros sin los cuales no podremos decir que hacemos flipped classroom.  

1.- Cuando invertimos el aula estamos realizando una inversión del rol del estudiante al tiempo que lo trasladamos al centro de la práctica docente considerándolo un actor principal en su propio proceso de aprendizaje. Este cambio radical no ha de suponer un volteo del paradigma tradicional sino, más bien, un nuevo enfoque, un cambio del centro de atención donde la información deja de fluir desde la tarima hasta los estudiantes para convertirse en una corriente que lo inunda todo, en todas direcciones y en todo momento, dentro y fuera del aula. 

2.- La evaluación no se limita al resultado final del examen, todo el proceso es evaluado, incluso, la propia práctica docente. Esto no excluye la evaluación tradicional sino que la complementa ya que los propios estudiantes podrán opinar cualitativa y cuantitativamente sobre los contenidos impartidos, la forma y los tiempos empleados, los recursos escogidos, el papel del docente, el papel del grupo y del individuo, las actividades, las experiencias prácticas... y todo ello supondrá una valiosa información que retroalimentará toda la actividad para garantizar un proceso de mejora continua.

3.- Las TIC son una herramienta más del aula invertida no son su razón de ser. En ocasiones esto se confunde y ello crea un rechazo en buena parte de la comunidad educativa, sobre todo, entre quienes se han visto amenazados por un sistema cambiante, en crecimiento constante, que ha obligado a reciclarse a ritmos forzados recorriendo una curva de aprendizaje que no ha sido igual para todos y que no siempre ha tenido el respaldo suficiente desde las áreas de formación (imagino los problemas que todo esto ha supuesto para muchas familias, no solo para los docentes, que en el curso pasado se han visto pilotando una decena de plataformas digitales educativas para ayudar a sus pequeños a sacar adelante un complejo final de curso).
Un aula invertida no consiste en colgar una batería de vídeos en un aula virtual para que sean consumidos por los estudiantes y proceder posteriormente a realizar una jornada de resolución de dudas previa a un examen tradicional de lo que han visto con la esperanza de que hayan llegado a ser capaces de entenderlo, aprenderlo y asimilarlo de tal forma que les permita extrapolarlo a otras áreas. Esto no es flipped classroom, es una cerveza sin alcohol, un turrón light, un helado sin azúcar, un quiero y no puedo que desorienta al grupo, supone una pérdida de tiempo, desconecta el centro de atención y suele provocar una desidia generalizada que acaba con unos pésimos resultados. No es culpa del aula invertida pero hay muchas posibilidades de que sea esta la que acabe siendo sentada en el banquillo de los acusados mientras el tribunal de la clase magistral sentencia en su contra mientras sonríe condescendiente con ganas de decir «te lo dije».

4.- Cada cual tiene un ritmo de aprendizaje. Esto no es un tema baladí. Desgraciadamente el corsé normativo, el número de estudiantes por aula y un currículo extremadamente denso en según qué etapas obliga a recorrer camino sin detenerse mucho a mirar atrás. Esto es trágico para quienes necesitan madurar los contenidos de una forma más lenta, procesar con más detenimiento la información y mejorar el uso de herramientas comunes (aquí se ve la importancia de contar con sólidas bases de las materias instrumentales) que les permita afrontar una unidad de trabajo. El aula invertida permite atender a estas peculiaridades de forma más comedida y discreta pues es el propio estudiante quien se organiza en la forma que más le conviene para conseguir alcanzar los objetivos marcados (nunca solo pero sí con autonomía). Por supuesto el ideal de aula invertida llevaría asociado el trabajo con unidades didácticas integradas (UDI) pero ni siquiera es imprescindible alcanzar esta cuota (aunque debería ser uno de los objetivos estratégicos) para empezar a ver los resultados.

5.- Invertir el aula no debe entenderse como una metodología pura de aprendizaje sino como una oportunidad de hibridar modelos aprovechando la mejor optimización de las horas de clase (ya sea presencial o virtualmente). Esto permite crear proyectos de dinámica cooperativa, modelos ABP (Aprendizaje Basado en Proyectos), gamificaciones (esto da para otro artículo porque hablar de jugar es una cosa y aprender jugando es otra bien distinta), modelos TBL (Thinking Based Learning) basados en la resolución de problemas o en la solución de diseño final para una propuesta formulada (DT o Design Thinking)...  

Como todo método, tiene luces y sombras pero en circunstancias tan peculiares como las que vivimos en estos días, las ventajas superan con creces a las dificultades. La necesidad de impartir las clases de forma sincrónica o asincrónica para el semigrupo presencial y para el que se queda en casa, o para quienes no pisan el aula por motivos de salud, atender a estudiantes que tienen refuerzos de contenidos o programas de altas capacidades... supone un esfuerzo titánico. Seguir atendiendo a la diversidad de cada estudiante ya es tarea complicada en la presencialidad que conocíamos pero, ahora, en plena pandemia COVID-19 se antoja un reto fabuloso que las TIC ayudan a combatir a pesar de la consabida brecha digital.

Buena parte de las bondades que aporta el aula invertida se destilan de los puntos que acabo de citar como innegociables. Atacar el centro de interés de nuestros estudiantes es siempre un gran primer paso pues les predispone para afrontar el verdadero reto que es aprender ellos mismos de su propio trabajo con las orientaciones y tutela del docente. Yo no estoy de acuerdo, de ninguna manera, en que la figura del profesor sea algo de lo que pueda prescindirse, como si fuera un mero figurante que diseña un plan con unos contenidos y desaparece hasta que llega el proceso de evaluación. Antes al contrario, su papel es primordial pues debe conocer perfectamente a sus estudiantes para saber la forma en que deben abordarse las distintas temáticas, debe implicarse en todas las fases de cada nuevo proyecto, sea este de la modalidad que sea, aprovechando el tiempo que se libera del aula al haberse realizado parte del trabajo fuera de la misma. Combinar las plataformas de enseñanza virtual con la metodología de aula invertida es casi una consecuencia lógica del crecimiento de este método. Las numerosas herramientas que tenemos a nuestra disposición permiten al docente poder usar contenidos propios y externos, realizar webinars y tutoriales, cambiar el formato de clase magistral usando pizarras digitales online, coordinar tareas con multitud de herramientas de trabajo en equipo, crear tableros virtuales y repositorios que puedan ser consultados en cualquier momento, que puedan visualizarse desde cualquier dispositivo y de la forma que más cómoda resulte a cada estudiante.

La parte negativa surge de la gran cantidad de tiempo que es necesario emplear antes de comenzar para diseñar todo habiendo previsto todas las circunstancias particulares de nuestros grupos (no hacer una chapuza obliga a dedicarle tiempo) y de la necesidad de confiar en el buen hacer del estudiante, que tendrá que asumir un papel primordial en el proceso para llevarlo a buen término. Ello requiere de una madurez mínima y una autonomía en el manejo de las estrategias digitales (en caso de basarnos mayoritariamente en ellas) y un apoyo de las familias, tanto más, cuanto más bajemos en la franja de edad. Esto puede resultar un problema si se depende de que exista un nivel de formación digital mínimo por parte del núcleo familiar que pueda resolver problemas no triviales que surjan ya que no se puede garantizar este soporte. Vinculado a esto encontramos la necesidad de contar con dispositivos adecuados y en número suficiente para abastecer las necesidades que este trabajo digital puede suponer para el alumnado pero no perdamos de vista que el uso de las TIC no está necesariamente vinculado al aula invertida aunque, evidentemente, son un aliado magnífico en caso de usarse correctamente.

Otro inconveniente es que se aumenta el número de horas frente a una pantalla, ¿o no? Sobre este punto habría que puntualizar muchas cosas pues hay informaciones contradictorias. El número de horas que nuestros jóvenes dedican a sus dispositivos conectados seguramente es excesiva pero no debido a su uso escolar sino a factores sociales, culturales, de consumo que están permeando nuestra forma de entender el tiempo de ocio. Puedes leer algo más en esta entrada donde hablo sobre el uso del teléfono móvil en el aula.

Llegados aquí voy a referir un último inconveniente relacionado directamente con el profesorado: la formación necesaria y el tiempo de planificación. 

Antes me he referido a un mal uso de las herramientas digitales para realizar una práctica de flipped classroom que considero incorrecta pero la persona que lo lleva a cabo puede no saber que tiene alternativas a su alcance para hacerlo mejor. La formación adecuada del sector docente es una necesidad y no nos engañemos, buena parte de nosotros no dejamos de aprender en todo momento a lo largo de toda nuestra vida. 
La Administración debe hacer un esfuerzo aún mayor por facilitar la integración del sector docente de manera flexible, beneficiando las buenas prácticas (hay muchas), impulsando una formación de calidad que permita que la masa profesional que aspira a liderar una educación de éxito se introduzca de forma natural en la propedéutica que permite explotar el potencial de estas nuevas dinámicas.  

Entonces, ¿nos olvidamos del método tradicional y abrazamos a este becerro de oro digital?
Claro que no. Personalmente nunca he creído que haya una metodología absoluta, definitiva y discrepo mucho de quienes defienden a capa y espada una u otra opción pues, como ya he dicho, a pesar de lo que muchos pretenden arrastrando cada curso un poquito más nuestra función hacia lo que sería un modelo empresarial, nuestro trabajo como docentes no puede equipararse al de una industria. No se trata de pasar de cortar madera a mano a tener un autómata de CNC que agilice los tiempos y reduzca la tasa de error. No somos mejores si fabricamos más en menos tiempo. Seremos mejores si conseguimos educar mejor y ofrecer una formación a la altura de lo que necesitarán nuestros estudiantes para valerse en la sociedad del mañana. Esta sociedad está cambiando y por eso no sirve anclarse de forma perpetua en el pasado, hay que avanzar con ella pero sin perder todo lo bueno que nos ha permitido llegar a ser hoy quienes somos. Por ello, siempre que me preguntan respondo lo mismo (hasta que alguien me convenza a mí de que hay una respuesta mejor): es necesario conocer distintas herramientas metodológicas, distintas dinámicas de trabajo, distintos modelos de enseñanza para ser capaces de escoger, en cada momento y en a tenor del perfil de nuestro alumnado, la combinación más adecuada. Y esa es, precisamente, nuestra obligación.


Créditos: Imagen de Gerd Altmann en Pixabay 

Autor: Javier Luque.





2 comentarios:

  1. En general, estoy de acuerdo en el contenido del artículo de Javier, especialmente con ese tercer objetivo que marca lo que debe y no debe ser un "aula invertida". En este sentido, lo que también creo es que no podemos pasar de la nada digital a centrarnos sólo en esos aspectos tecnológicos. Creo que es mejor para los docentes y para muchos alumnos ir poco a poco, porque no la "clase magistral es tan negativa" como últimamente se dice de ella (en mi caso, he tenido grandes profesores tanto en el instituto como en la Universidad que daban magníficas clases magistrales) ni la utilización de la tecnología ligada al aula invertida es una locura futurista.
    Creo que debemos, como docentes, utilizar todos los medios necesarios para mejorar nuestra práctica docente sin olvidar que nuestro alumnado también cuenta y que, para unos será mejor una metodología y para otros, otra.
    En definitiva, como está claro que esta "nueva metodología" ha llegado para quedarse, creo que es importante seguir formándonos para adaptarnos a las nuevas formas de enseñanza.

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  2. Estoy muy de acuerdo con el artículo. Creo que las flipped classroom son un elemento educativo muy interesante, si se hace bien, podemos crear aprendizajes significativos, alejándonos del meramente memorístico, que sin duda "vomitan" en el examen y del que pocos recordarán los contenidos en unas semanas.
    Obviamente, una flipped classroom bien hecha, tiene enormes posibilidades, sin embargo pienso que debemos formarnos en ello (por lo menos yo, sigo muy perdida en esto), por supuesto es necesario tiempo para prepararlas adecuadamente, gran dedicación e ilusión. También ir implantándolo poco a poco en las clases, el alumnado, también debe entender qué queremos conseguir a través de su realización. Opino que estamos aún en la Edad de Piedra en este tema, pero que, al igual de rápido que avanza la tecnología en nuestra sociedad, este tipo de recursos se normalizarán cada vez más en nuestras aulas, y que, la función docente, seguirá teniendo la misma o mayor importancia que antes.

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