Me da la impresión de que la palabra «gurú» no ha tenido unas connotaciones tan malas desde que recuerdo pero, claro, estamos asistiendo en los últimos años a un desfile de estas protocriaturas que vagan por redes sociales y plataformas televisivas aportando recetas mágicas, desde la distancia y el desconocimiento, pretendiendo aluzar nuestros caminos desde una posición superior, normalmente, la que marca el puñado de escalones que permiten alcanzar las tarimas de los eventos ¿educativos? patrocinados por las grandes compañías telefónicas, eléctricas o de banca.
En educación, estas figuras son especialmente fáciles de identificar ya que suelen acopiarse de un repertorio de acrónimos que usan para marcar una distancia intelectual entre ellos y sus interlocutores/oyentes, rememoran con ternura (aquellos que pueden) su añorada etapa como docentes (porque ahora están a otras cosas de más postín) y postulan sin ambages acerca de por qué lleva fracasando el sistema educativo desde Epicuro y su jardín en El Pireo.
Decir que no se puede hablar de lo que no se practica sería caer en una falacia pero, en estos tiempos, cualquiera opina de todo con la autoridad que confiere un puñado de seguidores en una red social mientras se masca un palillo de dientes y se acomoda en el anonimato que la misma favorece.
También hay gente muy formada que desempeña su trabajo en la Universidad y hacen un notable papel allí pero que aciertan poco o nada al intentar exportar sus ideas a estadios inferiores a partir del mero análisis de datos. La realidad es muy compleja y son muy pocos quienes son capaces de comprender que los planteamientos que sirven en el aula con personas de veintipocos, nada tienen que ver con los que rondan la quincena ni, por supuesto, los de etapas de menor edad (donde sus docentes, desde aquí mi admiración por ellos, tienen que devanarse los sesos para que alcancen las habilidades y competencias requeridas desde unos reducidos círculos de conocimiento previo y en plena poda neuronal). Hacer un ejercicio de humildad en este punto sería una labor muy loable.
De las últimas sandeces que he podido escuchar está el de un tipo de renegones del uso de la memoria en el proceso educativo. Se trata de un grupúsculo de gente que piensa que la memoria no es importante, que todo debe aprenderse mediante estrategias lúdicas y que los contenidos deben abordarse a petición de los propios estudiantes. Vayamos por partes.
No hay nada que aprendamos que no esté sustentado por la memoria. Lo que nos rodea nos hace experimentar distintas sensaciones a través de nuestros sentidos, nos ofrece distintos estímulos y nos induce a actuar de tal o cual forma. Esto provoca que podamos entender cosas, recordar hechos, ejecutar tareas (incluso de forma mecánica, sin -aparentemente- pensar), etc., pero nuestro cerebro puede hacerlo gracias a la memoria y ella existe debido a diferentes procesos que las distintas estructuras neuronales permiten.
En el proceso de enseñanza, el profesional (no el que lleva el palillo entre los dientes), deberá combinar distintas estrategias para aportar unos contenidos en la manera adecuada para que produzca un recuerdo eficaz que permita declarar una destreza y consolidar unas competencias que serán usadas para otros procesos en el futuro. Esto es inviable si no se parte del nivel de conocimiento previo con que cuenta nuestro alumnado.
No se trata de un modernismo, ni mucho menos. Vygotsky, Piaget, F.Barlett, Ausubel, Novak... estudiaron desde distintas ópticas un mismo fenómeno que se basa en la edificación del conocimiento a partir de lo que ya se sabe, de lo que resulta cercano, de lo que puede compartirse y transmitirse con garantías. Surge de aquí, de esta tendencia constructivista del aprendizaje, el concepto de aprendizaje significativo para desligarse del mero aprendizaje memorístico (que es lo que muchos critican, no sin razón, sin saberlo).
Numerosos estudios (y aquí, como todo en ciencia, hay que cogerlo con pinzas porque pueden surgir nuevas evidencias que maticen o descarten hechos dados como prueba hasta el momento), apuntan en la dirección de que debe comenzarse con una estructura lógica que respete la individualidad del alumno y sus procesos psicológicos, y conlleve una jerarquía conceptual en uno de cuyos extremos estarían los conceptos más generales y en el opuesto los más detallados y específicos. El matiz, aquí, está en la motivación.
La motivación es un puente fabuloso para crear conexiones semánticas que permitan enlazar contenidos que llegan al estudiante por distintos canales y a través de distintos vehículos. No importa tanto si se trata de una explicación en pizarra, de una práctica de laboratorio, de una actividad en un club de robótica o de una actividad hipermedia en un aula virtual. Aquí, sí que tiene una importancia clave el conocimiento del grupo y la formación personal de quien dirige la experiencia (sí, sigo pensando que la figura del profesor no es la de un mero acompañante en el proceso de aprendizaje).
Estoy convencido de que muchos de mis estudiantes experimentarían un rechazo directo a una explicación que se iniciara hablando de un sensor infrarrojo pasivo que atiende a la onda infrarroja irradiada por un cuerpo que se encuentra en su campo de visión. En el mejor de los casos, conseguiría que tiraran de aprendizaje memorístico para vomitar lo aprendido en un examen pero sería difícil que acudieran a este elemento si les solicito que inventen un nuevo sistema de alarma antiintrusión (su evocación, sería la prueba de que, efectivamente, han entendido de qué se trata y son capaces de usarlo para resolver un problema). Sin embargo, es más sencillo si les digo que hablamos de un sensor de presencia y recurro a algo que ya conocen como el consabido efecto de la luz que se enciende en un baño cuando entramos sin pulsar nada. Si, además, les hago debatir sobre otras situaciones en las que hayan experimentado sucesos similares, les propongo un trabajo de investigación en grupo para localizar dichos dispositivos dentro del propio barrio y les pongo en la mano un sensor que podamos programar en pocos minutos fácilmente, habremos logrado un aprendizaje de mucha más calidad.
Estrategias de gamificación (que no de jugar en el aula), de aula invertida [Flipped Classroom] (que no de poner vídeos en clase), de pensamiento visual [Visual Thinking] (que no de dibujar figuritas en hora de tutoría), de aprendizaje basado en proyectos [Proyect Based Learning] (que no en hacer maquetas de «paso a paso» con guion), de pensamiento de diseño [Design Thinking] (que no de copiar logos de Internet)..., así como talleres de mil cosas enriquecedoras que puedan estar en el círculo de interés de nuestros estudiantes, tendrán aquí su caballo de batalla.
Cuantas más conexiones seamos capaces de promover, más cerca estarán nuestros estudiantes de asimilar, retener, comprender y usar en un futuro, la información que les facilitemos.
Aquí es donde realmente tienen cabida las distintas metodologías. No para erradicar la clase magistral por el mero hecho de formar parte del pasado sino para saber en qué momento, con qué grupo y para qué experiencia, debemos usar cada una. Ni el mejor experto en una metodología podrá usarla como una tarifa plana en todos sus grupos durante todo un curso completo con éxito, ni siquiera en los grupos de un mismo nivel. Es posible, que ni siquiera funcione con todos los estudiantes de un mismo grupo. De ahí, la importancia de estar formados y conocer las bondades e inconvenientes de cada estrategia.
Cada vez que conseguimos que nuestros estudiantes realicen un aprendizaje activo estamos implicando a la memoria. Podemos lograrlo con distintas metodologías, con estrategias individuales o cooperativas, con o sin TIC y evaluar el aprendizaje con distintos instrumentos y evidencias pero, siempre, la memoria estará presente.
Imagen de cabecera: Pixabay
Para más información:
Ausubel, D.P. (1982). Psicología educativa. Un punto de vista cognoscitivo
Card, S., Moran, T., & Newell, A. (1983). The Psychology of Human-Computer Interaction. Hillsdale, NJ: Erlbaum
Lave, J. (2003). Teoría del conocimiento situado
Hector Ruiz Martín (2020). Graó. ¿Cómo aprendemos? Educación basada en evidencias.
Qué sana reflexión para docentes como yo.
ResponderEliminarMe ha hecho pensar, valorar, revisar y cambiar algunas de las estrategias que cada día tenemos que tener activas en el aula.
Esa es la clave: la actualización constante del cómo acercarnos y trabajar con nuestros alumnos para que sean capaces de asimilar, comprender y producir nuevo material a partir de los aprendido.
Bravo de nuevo por este gran artículo!